VIDAS ENTRELAZADAS, tan cerca y tan lejos a la vez
Escribo esto desde mi habitación en Barcelona, hace 24 horas estaba en Oujda, en la iglesia comiendo con los chicos, que llegaron con la intención, la mayoría, de algún día cruzar a Europa. Ayer, cuando nos despedíamos, me decía Gaza: “esta noche dormirás en Barcelona, Incha’Allah de aquí 3 meses nos veamos allí”. Es tan fuerte la desproporción, me siento más impotente que nunca, mientras unos cogen un vuelo de 2 horas, otros se juegan la vida. Me gustaría romantizar mi escrito para suavizar la realidad, pero no se puede, es tal cual, así de cruda.
Es sorprendente por eso, como dentro de un lugar lleno de historias desgarradoras, sacrificios y dolor, encuentras paz, inocencia, acogida. En la iglesia de Oujda me he sentido acogida y querida desde el primer día. Daba igual que no habláramos la misma lengua materna, nos entendíamos, a veces más con miradas y gestos que con palabras.
“Dejarse tocar”, “entrar por la piel”. El primer día me preocupaba no saber abrirme y dejarme tocar por esta realidad, pero ahora comprendo que la clave es fácil, una vez te acercas a las personas, les coges cariño y creas un pequeño vinculo, es inevitable que no te toque su historia. ¿Cómo no va a conmoverme una realidad, que en parte ya conocía, pero a la que ahora pongo rostros?, me cuesta encontrar palabras para describir la mezcla de emociones que se me remueven por dentro.
Admiración y dolor; admiración por la manera de acogernos, la fe, la fortaleza, las aspiraciones y las ganas de aprender de los chicos y mujeres, y dolor por la incerteza de su futuro y por haber ido conociendo lo que cargan en sus mochilas; sacrificios, violencia, soledad.
Los chicos me han enseñado la complejidad y a la vez la simplicidad de la vida, qué difícil es conseguir unas mismas oportunidades, y a la vez, qué sencillo parece con ellos disfrutar de un rato de ping-pong, de jugar a futbol, de cartas, música… y simplemente estar presentes en ese momento de felicidad.
En Oujda también he conocido la fragilidad de la vida, el valor y la vulnerabilidad que ésta tiene a la vez; las dos caras de una moneda. La vida valiosa que se pone en juego de repente pasa a ser como la inocencia de un niño; sincera, sencilla, frágil, desprotegida.
Oujda es un oasis para personas que están en ruta, cuesta entender que no han llegado allí para quedarse, que siguen en camino, porque dejaron sus casas con un objetivo, que no era el de quedarse en Oujda. A pesar de que es difícil dejar ir o entender que puede que no quieran despedirse porque es algo que ya han vivido mucho a lo largo de su ruta, la iglesia de Oujda es “casa para ser feliz”, y durante un tiempo hace de hogar y suaviza la dureza de las rutas migratorias.
Poder haber vivido este oasis durante estos días ha sido un regalo, un aprendizaje que llevaré dentro y que aún he de digerir… Solo puedo agradecerlo.
Se han cruzado nuestros caminos, caminos que parten de lugares diferentes, con distintos recorridos, pero que por alguna razón se han encontrado en Oujda. Quiero mantener la esperanza de que puede que se vuelvan a cruzar, en este mundo loco en el que vivimos hay que soñar y mantener la esperanza, solo motores así de fuertes te permiten seguir hacia adelante. Deseo que no me deje indiferente este tiempo en Oujda, hoy no se cierra, sino se abre una puerta, quiero tener muy presente esta realidad y, de alguna manera, aportar mi granito de arena, para poco a poco ir sumando y que, algún día, la vida sea más justa para todos, ojalá algún día gritemos todos juntos ¡BOZA!, Incha’Allah.
Lucía Bernad, estudiante de Medicina (Barcelona)
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