«Una visita indeseable» por Dolores Aleixandre

En esta ocasión os presentamos un escrito de Dolores Aleixandre que ha publicado recientemente en la web de la revista Alandar.
En este medio Dolores se presenta de este modo:
Jubilada feliz. Encajando el envejecer con cierto garbo (de momento). Convencida de la fuerza de la Palabra y de la bondad última de las personas. Adicta a la Biblia y a contársela a otros. Agradecida a la vida, al cariño de tantos amigos y al sentido del humor. Aficionada al cine, a la música polifónica y a Gomaespuma. Lectora desordenada y escritora de vuelo corto. Orgullosa de ser columnista de alandar. Tratando de callarme más, rezar más y vivir más atenta al latido del corazón de Dios en el corazón del mundo.
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Después de haber dedicado esta columna en diciembre del año pasado a ensalzar la proximidad como valor por excelencia del Evangelio y poner como hoja de perejil la categoría distancia, me da la sensación de que esta última ha decidido vengarse y se ha plantado ante nosotros en plan chulo diciendo: – “Con que indeseable, ¿eh? Pues aquí me tenéis entre vosotros, y además para rato”. Me la imagino como si fuera Celia Gámez cantando aquel chotis de después de la guerra: “¡Ya hemos pasao! decimos, los facciosos! ¡Ya hemos pasao! gritamos, los rebeldes! ¡Ya hemos pasao! y estamos en el Prado mirando frente a frente a la señá Cibeles!”
Inútil discutir o darle vueltas: la distancia ha venido y punto, y no nos queda otro remedio que tomar medidas para aprender a manejarla y a incorporarla a nuestra vida de la manera menos dañina posible.
Sus peligros son evidentes: al distanciamiento físico (“que solo se me acerquen a un metro”), puede seguir el social (“que no me vengan con más problemas que yo ya tengo los míos”) y después el emocional (“miro a mi alrededor y siento a la gente como una amenaza”…). Escribía hace poco Martín Caparrós en El País: “Cualquiera puede estar infectado, leproso sin saberlo, sin signos distintivos y entonces lo que siempre fue una forma de discriminación se convierte en puro miedo indiscriminado. Por lo tanto no hay que acercarse a nadie. Hay una forma nueva de sociabilidad que, hace dos meses, habríamos calificado de asocial”.
Por si a alguien le sirve, les propongo dos remedios a los que me voy agarrando en este momento. El primero es la recomendación de Alberto Cortez (hoy tengo un punto filarmónico) en ‘Distancia’ (https://www.youtube.com/watch?v=CwjDnnqvtYs, gentileza de la autora): “¿Dónde estarán los amigos, distancia, mis compañeros de juegos? ¿Quién sabe dónde se han ido, distancia, lo que habrá sido de ellos? Regresaré a mis estrellas, distancia, les contaré mi secreto, que sigo amando a mi tierra, distancia, aunque me encuentre tan lejos. Un corazón de guitarra quisiera para cantar lo que siento”.
Me he permitido modificar un poco la letra dejándola así: “…Que sigo amando a la gente, distancia, aunque sea desde lejos… Un corazón sin distancia, quisiera, para contar lo que siento…” Por ahí va la cosa, me parece: cuidar “un corazón sin distancia”, para que supla la expresión del afecto y la cordialidad por vía táctil.
El otro remedio es desplazar el tacto hacia la mirada para hacerla ardiente: Jesús, cuando vio al leproso aún lejos, “se conmovió” (Mc 2, 41) y, aunque después “extendió la mano y le tocó”(hoy le hubieran puesto una multa), aquella mirada cálida había ido por delante y casi le había curado sola. Y a aquel chaval inquieto y buscador que se le acercó, (economista por Harvard, startups de alto impacto…) Jesús “le miró con cariño” y le invitó a seguirle. (Mc 10,21). La cosa no acabó bien porque el chico le sonó el móvil (“perdona, es un zoom importante con gente de Silicon Valley…”) y luego ya se lio con otras cosas y no volvió. Pero estoy segura de que la mirada de Jesús se quedó en stand by esperándole por si acaso se arrepentía.
En fin, que estamos en un cuerpo a cuerpo con la distancia y hay que unir recursos. Quien disponga de alguno, que lo comparta.
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