Triduo Pascual | Viernes Santo

Cuando se acercaron a Jesús,- como le vieron ya muerto,  no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le golpeó el costado con una lanza y, al punto, brotó sangre y agua  (Jn 19, 34).

Quien contempla al Traspasado ve también al Abierto, al que no supo nunca poner muros o puertas a su existencia y ofreció a quienes se le acercaban el pan y el amparo cálido de su acogida. La abertura de su costado no se cerrará ya nunca y por ella  podrán entrar, como la mano de Tomás, todas nuestras dudas y temores.

Había sido traspasado antes muchas veces,  porque era de condición vulnerable y no sabía defenderse del rechazo,  las mentiras o la traición de un amigo, ni tampoco del poder de los que le habían condenado a muerte. No se había protegido antes y tampoco podía hacerlo ahora porque no hay nada tan vulnerable como el costado de un hombre crucificado. Un salmista había dicho: “Al atravesar el valle de las lágrimas, alumbrarán un manantial” (Sal 84,7). Él había atravesado ese valle, confiando en que su muerte alumbraría un manantial. Había perdido su vida vaciándola como un cántaro, pero la había ganado y moría convertido en  fuente.

Dolores Aleixandre

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