Sofía Barat y las epidemias de cólera

Agradecemos la inestimable colaboración de Margaret Phelan, rscj (Archivera General) por su ayuda en la selección de las cartas y su traducción.

La semana pasada publicamos una breve noticia sobre Rosa Filipina y las epidemias de cólera y fiebre amarilla en América. Algo habitual en aquellos lugares, también en Europa tuvieron que lidiar con algunas epidemias, no menos devastadoras que las de América.

Magdalena Sofía (1779-1865) como Superiora General del Sagrado Corazón se enfrentó a situaciones límite. Las relaciones humanas no siempre fueron fáciles, y tuvo que resolver graves crisis. Junto a éstas, también se enfrentó a diversas epidemias.

Sabemos que Sofía fue mujer de relación. Por motivos personales o de organización, escribió 14.000 cartas que demuestran su capacidad de comunicación, y el sentido de fidelidad en las relaciones. En sus cartas encontramos 261 referencias a las epidemias de cólera, tanto a las que se dieron en Europa, como en América. En concreto, muestra preocupación por las de  Roma (Italia), París (Francia), en Lemberg (entonces Polonia y hoy Ucrania), así como las de Bélgica.  En estos lugares, muestra gran preocupación por las rscj y alumnas fallecidas, y por la situación en la que quedan las comunidades y los colegios, sabiendo además que las epidemias se cebaban con los barrios más pobres, donde las familias vivían hacinadas, había menos posibilidades sanitarias y una higiene adecuada era muy excepcional.

Veamos como reflejó esta preocupación en algunos fragmentos de sus cartas:

Esta carta de Sofía de mayo de 1832 dirigida a Filipina, tiene su contexto en una epidemia que provocó más de 100.000 muertos en Francia:

«El cólera nos ha quitado nuestras internas, dondequiera que esté, y París está devastada por él, Beauvais, Amiens, Metz.

Lo estamos esperando en las otras ciudades. El Sagrado Corazón nos custodia, la casa de París se ha conservado, la de Amiens también, Beauvais es más maltratada.

¡Ay! ¡Qué calamidad!»

El Sagrado Corazón nos custodia, la casa de París se ha conservado, la de Amiens también, Beauvais es más maltratada. Clic para tuitear

En esta carta, Sofía está en Roma (Italia) y en octubre de 1937 escribe a Eugénie Audé que está en Marsella, sobre la situación que están viviendo los numerosos niños huérfanos, abandonados en la calle, en una situación más que precaria.

«He conocido en estos días toda la extensión de nuestras pérdidas, mi visita a Santa Rufina fue consoladora en un aspecto, las volví a ver todas; pero cuando vi el pequeño asilo, ¡qué espectáculo! me ahogué en lágrimas. Me presentaron a estas pobres niñas de 3 a 12 años, sin padre ni madre, (2) recogidas en la calle por vecinos tan pobres como ellas, y encargándose ellas mismas de las niñas. Le dije a nuestras Madres que debemos ser tan caritativas como estas pobres familias y que deben acogerlas a pesar del excesivo número de personas y dinero; sus ingresos se perderán durante mucho tiempo. Acogieron mi propuesta con entusiasmo y al día siguiente, muchos de estas huérfanas se apiñaron en una habitación. Cuando me acerqué a la Trinidad, dos niñas pequeñas, de 9 y 12 años, vinieron a la puerta de nuestro coche pidiendo limosna. Hijas mías, por qué no estáis en la escuela, les dije: «Ay, Madre, la escuela está cerrada, nuestra maestra está en el cielo. Yo entro y me doy cuenta del vacío que me ha presentado esta familia. La primera clase de las alumnas está vagando, al igual que la de las pobres, y ¡qué pérdida para las que ya habían sido acostumbradas a trabajar y educadas en la verdadera piedad! Empeñé en que nuestras Madres las reabrieran compartiendo las horas, pero nunca podremos igualar el celo y la habilidad de la que está en el cielo, (3) además de que ella conocía el idioma. Pedí algunas en Francia, ¡pero ¡dónde conseguirlas! La prueba es fuerte para mi pobre corazón; reza al menos para que Jesús nos dé buenos sujetos.»

(2) Los estragos del cólera

(3) una de las víctimas del cólera: 3 hermanas coadjutoras, una enfermera, las Madres P. Bellefroid, Adelaide Babad y Amélie Jurdan.

Y finalmente, en octubre de 1855 escribe desde París:

«El cólera también nos rodea; no tanto en París, pero hace estragos en ciertas zonas.

¡Ay! ¡El buen Dios quiere convertirnos, y muchos se resisten! Esperemos que su casa esté vigilada. María Inmaculada es una gran protectora.»

Es interesante esta llamada a la conversión. Las epidemias a menudo se han relacionado con un castigo de Dios al conjunto de la sociedad, al modo de los tiempos de Jesús en que cualquier enfermedad era causada por una ofensa a Dios. También hoy esta epidemia que estamos sufriendo puede interpretarse como una castigo, pero con mucha más probabilidad, un castigo del mismo ecosistema hacia la constante agresión humana. Un equilibrio desajustado tiene sus propios mecanismos de compensación. Tal vez la conversión vaya en la línea de un nuevo orden, en el que rija, de verdad para todos, la voluntad de que “el Señor reclama de ti, tan solo que practiques la justicia, que  seas fiel y leal, y obedezcas con humildad a tu Dios” (Miqueas 6,8)

Teresa Gomà, rscj

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