«Sin paracaídas en la Toscana» reseña de Álvaro Sánchez Oliveros
Sin paracaídas en la Toscana de Alberto Sierra Agrás. Año 2019. Editado por Libros Indie (Primera Edición) 180 páginas.
Nos enfrentamos a una lectura intimista. Al menos eso, atisbo desde lo que me cuenta la contraportada de este ejemplar editado por Libros Indie, que llega a mí tres años y medio después de su impresión.
Dos amigos. Ricardo y Luis. Sendas esposas, Cristina y Laura.
Luis, hace cuatro meses que vive un infierno: Laura ha fallecido. De repente y sin avisar. Desde entonces vive en caída libre.
Ricardo, su amigo, acude al rescate. Tiene que intentar ser el paracaídas que no abre Luis, que se precipita en un abismo de soledad, misantropía, misofobia y ataxofobia.
Esto desemboca en una novela casi existencialista en la que evaluar —desde la mediana edad—, un abanico amplísimo de temas. Un libro breve, pero tan poliédrico como la vida misma.
Podemos decir que es un libro muy filosófico. Pero es la filosofía del día a día, las relaciones, el hogar, la adolescencia, la vida y la muerte; la pareja, la juventud o la vejez. No es la alta filosofía. Aquí nadie se pregunta a qué huelen las nubes o si pensar es aval de existir.
De entrada constato que es un texto seguido. Sin divisiones en capítulos, partes, etc. Nos invita el autor a leer. Sin programarnos tiempos, tramos ni desafíos lectores que no me cuentan nada del lector. Es una conversación sin prisas con los personajes. A eso nos invita Sierra Agrás.
Pronto —apenas veinte páginas— descubres que es un libro intenso. Vida, muerte, crianza, paso del tiempo, amistad, vejez, abandono, enfermedad, soledad, angustia, adolescencia, pareja, amor, convivencia…
Todo se cuenta y se observa. Decenas de detalles que narran su propia historia dentro de un relato mayor. Es un libro para leer concentrado, presente. Para pensar mucho.
Literatura en estado puro
Ricardo se asoma a la cuarentena. Los cuarenta son una edad difícil, en cierto modo. Tierra de nadie. Ni viejo ni joven. ¿Plenitud? Depende del observador.
Los cuarenta te pillan en el descanso. Ya has jugado la primera parte —cada uno con diferente desempeño— y te asomas por la boca de ese túnel de vestuarios para jugar la segunda parte. Todavía hay tiempo para una remontada y para un desastre. Pero al final del segundo tiempo, el partido se acaba. Cuarenta, es la edad en que por primera vez empiezas a reflexionar en serio sobre el pitido final. En ese regreso al túnel de vestuarios que, esta vez, ya no es de vestuarios, sino de Dios sepa qué.
Ricardo está jugando ese partido, en ese minuto. Luis también, pero a Luis en la primera parte le han dado una paliza soberana.
Viudo sin canas, mal asunto.
El tiempo narrativo va de la siesta a la cena. No se precisa más. Una cena para una conversación profunda y su reflexión previa. Sierra Agrás lo maneja con envidiable dominio de la narrativa en una obra donde —al menos yo— no he dado ni un párrafo por perdido. Es una pura reflexión sobre absolutamente todo: lo grande como lo pequeño. Me parece una obra literaria notable.
Hay que decir que es una lectura ligera. Los temas se esbozan en su mayoría y en algunos —los troncales al relato— se detiene más; pero sin abrumar al lector. Es reflexivo y profundo, pero no es Dostoyevski.
Me gusta el hilván de los personajes. No hay asomo de maniqueísmo. Son personas que parecen reales: Ricardo, verbigracia, es bien intencionado, buen amigo y empático, pero, sin embargo, también es obcecado, inseguro, clasista y un poco petulante e insensible. Borracho de sus ideas. Ni bueno, ni malo. Híbrido. Real.
Como he dicho, la novela aborda todo. Los personajes tienen conversaciones sesudas sobre cualquier tema. Los libros de autoayuda, por citarte un ejemplo, se llevan un buen repaso. Se dice:
Es un síntoma de que vamos hacia atrás, de que hemos arrojado la toalla y creemos que solos no nos podemos manejar, confiamos en los consejos de unos desconocidos que ni siquiera tienen el graduado escolar
Sin paracaídas en la Toscana (2019) Alberto Sierra Agrás
Pero hay más. Se habla de la educación sexual de los adolescentes, de la cultura; del relevo generacional… Nada se queda fuera de la lupa.
Otro de los grandes temas del libro es el duelo. La gestión emocional de tantos elementos: frustración, ira, miedo, desmotivación, desinterés, apatía, nostalgia, sentido propio, temporalidad, vacío… Un análisis muy completo, casi siempre a través del diálogo, donde además se detiene muy bien en el matiz del duelo cuando la muerte llega un poco temprano, si es que esto tiene algún sentido decirlo así. Tan humano y acertado que hasta aflora la ira contra aquel a quien la muerte no lo ha visitado, cuyos seres queridos se mantienen junto a él, permitiéndole conservar incólume su vida.
¿Qué es la vida? ¿Una mierda o una aventura?
El libro es una pugna constante entre optimismo y pesimismo. La conversación de dos amigos de la que parece extraerse que, las cartas que nos tocan, determinan nuestra partida, pero donde, a pesar de todo, la vida es en buena parte lo que hacemos con ella a base de decisiones.
Libro amargo, pero aun así, creo, vence el optimismo. Un optimismo realista, porque el personaje en caída libre te da una tunda que te deja sin ganas de alzar el vuelo. Pero la vida se sobrepone. El ser humano se abraza a ella y al anhelo de felicidad.
Al final del libro… No. Eso te lo tienes que leer tú.
Yo te dejo. Lo hago sorprendido por lo ameno de la lectura de un libro con una propuesta tan trascendente. En el convencimiento de haber descubierto un escritor especial. Alberto Sierra Agrás escribe muy bien. Consigue evocar unas imágenes muy potentes y, sobre todo, es capaz de articular un juego de metáforas que sirven al propósito de trasladar su idea de forma eficaz. Originales, evocadoras y comunicativas.
180 páginas que cuentan más que otros en mil. Una de mis mejores lecturas en lo que va de año.
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