Rosa Filipina y las epidemias en América

(Agradecemos la colaboración de Lyn Osiek, rscj por los datos facilitados para escribir este texto)

Cuando vivimos algo extraordinario, a menudo pensamos que nunca antes hemos vivido algo así… A pesar de esta sensación subjetiva, sabemos que en la vida muchas dinámicas son cíclicas: la vida, la muerte, la alegría, la frustración…

Con la llegada de la pandemia del Covid 19 se ha hablado mucho de la mal llamada gripe española de 1918. No hace ni un siglo que se produjo, y murieron más de 50 millones de personas. Todavía hay personas vivas que la sufrieron, y para la historia cien años no es nada. 

También nos podemos preguntar si en la historia del Sagrado Corazón se han vivido situaciones como la actual. Vamos a ofrecer algunos datos, sobre todo de la experiencia de las rscj pioneras en América. No es difícil imaginar a Rosa Filipina Duchesne, librando una ardua batalla no solo contra las adversidades de un mundo por descubrir, ni contra sus propios límites, sino también contra numerosas enfermedades.

De hecho, el mismo año de su llegada a Estados Unidos, en un remoto 1818, lo extraordinario fue que ese año no hubo en Nueva Orleans epidemia de fiebre amarilla.

En 1822 no tuvo tanta suerte: visitó Grand Coteau, y se contagió de fiebre amarilla en Nueva Orleans. En el barco de vuelta a casa, durante el trayecto, murieron cuatro personas, incluido el capitán. Filipina abandonó el barco y se repuso en tierra firme durante unos días antes de retomar el viaje de vuelta. En años posteriores, las epidemias fueron frecuentes, incluso en 1832, cuatrocientas personas murieron en Nueva Orleans de fiebre amarilla o varicela.

Esta cruz fue erigida en memoria de las 16 RSCJ muertas durante la epidemia de 1855 en St Michael.

 

En 1855 (tres años después de la muerte de Filipina) durante una epidemia de fiebre amarilla murieron dieciséis RSCJ y tres estudiantes en dos meses. La cruz contiene grabados los nombres de las RSCJ que murieron entonces.

También las epidemias de cólera eran frecuentes. Hubo epidemias en Nueva Orleans y en Saint Louis en 1833, 1832, 1849. En 1834 fallecieron seis RSCJ en Saint Michael.

En 1838 fallecieron seis RSCJ en la Trinitá del Monti (Roma – Italia)

Estos hechos quedaron reflejados en sus cartas y diarios, como en estos dos ejemplos de cartas de Filipina que transcribimos:

23 de junio de 1833

Nueva Orleans finalmente ha reconocido durante la epidemia de cólera que solo la religión puede ayudar a los infectados en riesgo de muerte.

Durante la visita que un comité hizo al hospital al final de la epidemia, encontraron víctimas que estaban completamente abandonadas, a quienes no se les había dado nada durante varios días, personas muertas que yacían sobre otros muertos y, finalmente, un cadáver en descomposición que nadie había enterrado.

La ciudad llamó a las Hermanas de la Caridad a ese hospital. Ya se han extendido por el este y también por aquí. Hace unos días, doce pasaron por aquí para bajar por el Mississippi. Ya tienen en Nueva Orleans una casa para más de cien huérfanos. El cólera ha regresado a esa ciudad con dureza y ha impedido el crecimiento de nuestra casa de San Miguel, la más numerosa.

29 de julio de 1848

La ciudad de Saint Louis es el lugar donde el cólera se ha propagado con más crueldad. Todos los días tenían más de cien muertos y hasta ciento cincuenta y ciento ochenta. Una semana, hubo novecientos. Ahora, están contentos si solo tienen treinta o menos, pero la epidemia se está extendiendo por el campo y ataca a la población recién llegada de Europa. Nuestras hermanas en St. Louis han perdido a la Madre Prud’hon, la tesorera, la Madre Gardener, maestra de la escuela de día, y cuatro aspirantes o novicias que eran muy jóvenes. Las otras comunidades perdieron cada una dos o tres hermanas.

Madre Gallwey estaba en gran peligro, pero se recuperó y vino aquí con ocho de sus hijas para cambiar de aires. Regresó y volverá con otras hermanas.

Hemos estado exentos del cólera, pero está devastando la zona rural. Piensan que el incendio fatal que destruyó trescientas casas en ocho calles, que se quemó durante varios días en los sótanos, contribuyó a propagar el contagio. Imagine la idea de la gente pobre abandonada, expuesta a todo tipo de clima, sin comida, etc. Ningún sacerdote murió, aún estando ayudando día y noche.

Teresa Gomà

Ir al contenido