Retiro de Pascua por Patricia Hevia | Primera entrega

Alcanzados por su luz. Cuando el amor nos sale al encuentro

Los relatos de la Pascua: lugares comunes

Leer los relatos pascuales, orar con el Evangelio en este tiempo de Pascua tiene una fuerza inusitada si nos dejamos alcanzar. Los hombres y mujeres que aparecen en ellos, retratados en sus idas y venidas, comparten con nosotros algunos de los lugares comunes por los que transitamos, también en este tiempo de pandemia. María de Magdala, los de Emaús, Pedro o Juan se hacen contemporáneos a nosotros en sus miedos, en su tristeza, en su desconcierto, en su alegría, en su confianza… en su ser encontrados.

Adentrarnos de su mano en la narración de lo que van viviendo, y hacerlo con el corazón desnudo, atreviéndonos a mirarnos en ellos como en un espejo, con una mirada que nos permita exponernos, reconocer, nombrar, nos deja “amenazados de Resurrección”.

Ninguno de ellos regresa del mismo modo del que fue: ellos nos muestran la transformación que acontece cuando se dejan encontrar inesperadamente por el Resucitado, por ese Amor que, contando con la misma urdimbre y el mismo barro, lo hace todo nuevo. El miedo da paso a la osadía, la negación a la confesión de Amor, y la huida al regreso al hogar.

Lo que sigue son algunas pistas para adentrarnos en esos tránsitos. Ojalá que esta palabra compartida “provoque” un silencio abierto, reverente, confiado… capaz de alimentar desde lo hondo nuestros movimientos en este tiempo, y nos lleve, más allá de ella a dejarnos encontrar por el que Vive.

“SE HAN LLEVADO A MI SEÑOR Y NO SÉ DÓNDE LO HAN PUESTO” (Jn 20, 13): EL DESGARRO DE LA AUSENCIA

La narración del Evangelio de Juan nos permite entrar en la maraña de sentimientos que habitan el corazón de María de Magdala en la mañana de Pascua. Desde la experiencia de lo que vamos viviendo a lo largo de las últimas semanas, podemos casi palpar la densidad de su desgarro, el dolor por la muerte del Amigo. Si Él fue el sentido, la caricia, la cura… ¿Dónde ir ahora? ¿Quién podrá tenderle de nuevo la mano para ponerla en pie? Podemos contemplarla en ese diálogo consigo misma, los ojos cegados y el corazón devastado. Parece no haber más horizonte que el de la oscuridad -«fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía era oscuro» (Jn 20, 1)- y el de la muerte -va a una tumba a visitar a un muerto. Todavía no se ha dado cuenta de que el huerto donde está su Señor es un lugar de vida, conectado con aquel jardín en el que Adán y Eva, en total desnudez, dialogaban cara a cara con Yahvé (Gn 2 -3), o con el jardín del Encuentro donde la Amada del Cantar de los Cantares es todo donación y receptividad (Ct 2, 16).

Transitar de la ausencia a la Presencia

Casi sin ver la realidad del díani la certeza de su claridad,ando en busca de ti, de los vestigiosde unos años, de un mar, de unos lugares. Porque la sombra avanza y los astros escribensus órdenes fatales en mi frente,y es triste a solas proseguir la angustiade los caminos que iniciamos juntos. Eloy Sánchez Rosillo

María de Magdala puede ser paradigma de muchos de nuestros intentos. Con ella podemos recorrer las ausencias que nos habitan, los cansancios que toman nuestro día a día, los ruidos que distorsionan la melodía silenciosa de la realidad. Si leemos el relato desde nosotros mismos se nos ofrece la oportunidad de contactar con la música interior que nos habita. Tal vez también el nuestro sea un discurso sinsentido, en el que una vez y otra afloran las mismas preguntas, incapaces de ver más allá de nuestro limitado horizonte, con todo lo que ello supone de curvatura sobre nuestra propia vida, lo que perpetúa el bucle de autorreferencia, desgaste y falta de sentido.

No es fácil sostener la ausencia porque nos asusta su vacío, su silencio, su nada. Y las ausencias llegan, inesperadamente, en forma de muerte, de honda experiencia de la vulnerabilidad -propia y social-, de fracaso relacional, de crisis vital, pero, como casi todo lo inesperado, llevan el sello de lo divino, aunque todavía seamos incapaces de intuirlo o presentirlo, porque nos permiten entrar en la dinámica de la no posesión, del no control, de la pasividad… permitiendo que la realidad, tal como es, tal como nos alcanza, se transforme en una realidad habitada por una Presencia.

Tal vez como María seguimos empeñados en mirar sin ver, cegadas por el propio dolor. buscando asilo donde no lo hay. ¿Qué dicen de nosotros nuestras búsquedas? ¿Qué expresan las preguntas que en este momento nos hacemos? ¿Son alimentadas por la carencia experimentada y padecida, o por el anhelo de una mayor apertura a una Presencia que ya nos abraza?

Reconocernos en Su Voz

Por dos veces Jesús interpela a María. Cuando Jesús le pregunta por la razón de su llanto –«mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20, 15)- le está ofreciendo la posibilidad de contactar con todo ello desde un lugar distinto, desde un lugar en el que poder acogerse, serenarse, abrazar la propia confusión. La pregunta de Jesús a María resuena en nuestro hoy como llamada a detenernos, a romper el círculo vicioso del desgaste, de la queja, de la derrota para entrar en una dimensión más honda que nos permita acoger el cansancio, viviendo con un nuevo sentido lo que ya es.

«¡María!»… Esa voz que nos llama, como a María, y que tiene el poder de despertar ese Centro, esa Vida que apuntala la nuestra, muchas veces olvidada en medio de las prisas cotidianas y los trajines que tejen nuestro día a día. No es ya la voz de nuestro propio discurso, es una voz viva que nos invita a contactar con lo que originariamente somos, a soltar, a recorrer el largo camino del autocontrol a la entrega confiada, a la rendición. Ya no necesitamos retener, apropiarnos, porque el don, la Presencia está permanentemente disponible, ofrecida, entregada. La Pascua ya está extendida ante nuestros pies porque no hay nada que coger, ni nada que buscar, ni nada que encontrar… tan solo hacernos transparentes a esa Presencia disponible siempre que ya nos vive y que lo vive todo, y que tiñe con una nueva luz los mismos paisajes cotidianos atenazados hoy por el miedo, el dolor y la muerte. Porque la Pascua no nos saca de nuestra realidad, sino que nos devuelve a ella con la luz cantando entre nuestras manos (como dice el poeta).            

En este recorrido, que habla de proceso, de aprendizaje, de empezar y reemprender, el anhelo y la nostalgia nos serán un precioso recordatorio de ese deseo de un Amor mayor, de esa necesidad de hacernos totalmente transparentes a lo que ya somos.

PARA ENTRAR MÁS ADENTRO…

  • Jn 20, 11-18:

Tras un momento de silencio, en el que me hago consciente de este Amor que me sale al Encuentro, llamándome por mi nombre, recorro los lugares de mi vida cotidiana: la comunidad, la familia, las personas con las que comparto este “confinamiento”, el trabajo…

– ¿En qué espacios me es más fácil descubrir la Presencia de Dios?

– ¿Qué espacios son más “áridos” para mí? ¿Qué creo que dice esto de mí?

A lo largo del día podría dedicar un tiempo a silenciarme, y en ese silencio dejar resonar la Voz que me llama por mi nombre. Con mi respirar, respondo a esa voz que me nombra con Amor. Puedo decir: ¡Rabbuni!, ¡Señor!, ¡Amor!…

Podemos escuchar “María Magdalena”. (CD “Descálzate”. Ain Karem)

  • Cuando me llamas por mi nombre…

Cuando me llamaspor mi nombre,ninguna otra criaturavuelve hacia tisu rostroen todo el universo.Cuando te llamopor tu nombre,no confundes mi acentocon ninguna otra criaturaen todo el universo. Benjamín G. Buelta sj

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