<<Fuego. La historia de la mujer que buscó justicia en una botella de gasolina>> reseña de Álvaro Sánchez

Gema Peñalosa.

2022

Editado por Libros del KO

116 páginas

fuego reseña Álvaro Sánchez OliverosFuego es periodismo novelado. Una crónica contada con el formato —más digerible— de la narrativa. En 1998, el Pincelito, de sesenta y dos años, violó a Verónica, de trece en un pueblo de la provincia de Alicante. La niña corre a casa y relata lo ocurrido a los padres. Sus padres lo denunciaron y Pincelito fue llevado a prisión. Había pruebas concluyentes: nada menos que semen del violador en la niña. A los pocos años, el violador estaba ya en la calle disfrutando de permisos en una condena cada vez más atenuada. En el primero de ellos, aborda en la calle nada menos que a la madre de la víctima para aludir a su hija. La madre, horrorizada —y en tratamiento psiquiátrico desde la violación— toma una botella de gasolina con la que va a rociar al Pincelito y prenderle fuego. Diez días después, Pincelito muere a causa de las lesiones.

Si el libro se detuviera aquí, sería uno de tantos. Otra crónica morbosilla de un crimen atroz ocurrido en aquella España todavía sacudida por el crimen de las niñas de Alcasser. Otro pelotazo editorial que buscaría vender mucho aupado al interés innato en lo macabro. Pero no va de eso.

Verónica ha sido violada. Hay pruebas imposibles de obviar.  Es sólo una niña. ¿Qué toca ahora? Arroparla, cuidarla, procurarle una recuperación, que se sienta apoyada… No. La madre de Verónica no es del pueblo de toda la vida. Pincelito sí. Por tanto, lo que va a encontrar son dudas, insultos, acusaciones de haberlo inventado, bullying, presiones… Se relata un calvario para la víctima, en la calle, las tiendas, el colegio. Las lenguas, las murmuraciones, las aviesas intenciones, que dañan más que un criminal.

Históricamente, el cuerpo de las mujeres violadas ha sido una especie de prolongación del escenario del crimen, un mero almacén de pruebas a disposición de los investigadores. Se exploraban sus cuerpos sin tener en cuenta las emociones y los posibles traumas. (p.19)

La autora es Gema Peñalosa. Es periodista y cubre la información del Ministerio del Interior (la antigua Sucesos) para el Diario El Mundo. Nació en 1980 y creció impactada, como todos, por aquellos crímenes de sevicia creciente ocurridos en los años noventa, de los que ya hemos citado alguno.

En este libro, lo importante no es la violación. Es la mirada que va a hacer desde ahí la autora, sobre la violencia sexual en España, y el trato que se dispensaba a la mujer violada; el que se dispensa ahora; y el arraigo cultural del que beben esas interpretaciones del hecho delictivo cuando el móvil es sexual y la víctima, mujer. 

No se puede hacer ese trazo, soslayando Alcasser:

(…) las noticias sobre los crímenes de Alcasser se convirtieron en un recordatorio para las mujeres de los peligros de atravesar ciertos límites en un momento de la historia en el que estaban ganando libertades (p.41)

Nerea Barjola es autora de “Microfísica sexista del poder”. Autora y libro se citan aquí:

Según esta autora, al enfocarse más en lo terrible que en lo analítico, la cobertura mediática contribuyó “a la construcción de una narración que trató de mermar la libertad individual y sexual de una generación de mujeres jóvenes”. Porque según Nerea Barjola, el temor a ser violadas actúa como mecanismo de dependencia y sujeción al control masculino. (p.41)

La autora apunta a esos rasgos de pensamiento. No es posible acabar con la violencia, —que parece inmanente al ser humano— en todas partes, en todo momento y en cada individuo. Pero sí es posible mejorar la respuesta que damos a esa violencia. Una de ella es no culpabilizar a la víctima ni victimizar al culpable. La presunción de inocencia es esencial en un Estado de Derecho. Pero es crucial respetarla también para las víctimas. 

Las víctimas, especialmente las que pierden la virginidad por su condición tradicional de acceso al matrimonio, quedaban “físicamente estigmatizadas, despreciadas, como una fruta podrida” escribía Vigarello. Atrás quedó la época donde la virginidad se tomaba tan en serio, pero no se puede descartar con rotundidad que aún persista cierta estigmatización de la mujer violada. (p.63)

El libro también aborda la respuesta de la madre. El ojo por ojo. No se defiende en este libro, es más, se desarticula. No es la respuesta porque podría haber ocasionado otra respuesta similar en la familia del Pincelito y la escalada sería interminable. Todos acabarían sufriendo más dolor del que sufrieron. 

Sin embargo, se analizan más aspectos de esa reacción: 

La presencia de periodistas era mucho más numerosa que en el juicio contra el Pincelito por la violación a Verónica. (…) gracias a la expansión de Internet, los medios de comunicación tenían una voracidad de contenidos cada vez mayor. Pero tampoco se puede descartar que influyera el hecho de que una mujer hubiera desafiado su rol como víctima pasiva, lo que constituía una rareza. (…) Habrá muchas razones detrás de la tremenda cobertura de aquel caso, pero no es descartable que esta subversión de los roles tradicionales fuese una de ellas. (p.69)

No tiene miedo Gema Peñalosa en bucear en la antropología. Su libro es un testigo claro de su vocación periodística, con casi ochenta citas bibliográficas, que en apenas cien páginas es digno de mencionar. 

Pero ha combinado ese periodismo con cierta pericia narrativa. A lo Truman Capote en A sangre fría, o García Márquez, que también combinó este género, por ejemplo, en Relato de un náufrago. Es una crónica de unos hechos ocurridos, pero contada de una manera novelada, para dotarla de mayor atractivo, por la cercanía que da al lector vivirla a piel, con la persona, que es también personaje. El lector es asimismo testigo. Se consigue eliminar la distancia con el texto periodístico. Hay inmersión, identificación y por supuesto se pueden desarrollar tesis que necesitan las cien páginas de este libro, y no el exangüe contexto mercantilizado y politizado de los actuales medios de comunicación, si es que se les puede seguir llamando así.

Se mira con lupa la evolución de España. Hace veinte años, la legislación era muy distinta. ¿Falta camino por andar? Seguro que sí. Pero, para la autora, ha habido avance en las últimas décadas. Por ejemplo, las órdenes de alejamiento, no frecuentadas entonces, —y que sí se aplican a la mínima hoy—, habrían impedido el fatal desenlace. Verónica, la niña violada, ya adulta en el juicio a su madre, va a decir:

Todo habría sido distinto con una orden de alejamiento. Debio tenerla y debió haber estado mirado. (p.71)

La víctima justiciera. Leyendo, me he preguntado: ¿Sería un motivo para que menos hombres violentos se atrevieran a poner la mano encima? Saber que les van a pagar con la misma moneda, ¿tendría un mayor efecto disuasor que la propia cárcel? Sirva o no, moral o no, ¿será una proyección inevitable a futuro que las mujeres adopten una respuesta armada a su situación estadísticamente indiscutible de víctimas? ¿Nos llevará a eso la falta de acción eficaz de las instituciones más allá de la palabrería? ¿Nos daremos cuenta, alguna vez, de la importancia que la educación tiene en todo este problema de la violencia?

El libro recoge el cambio social. Si al momento de cometerse la violación (1998) la sociedad reaccionaba con dudas hacia el testimonio de la niña (recordemos, una niña que tenía dentro semen de su agresor), en 2009, el libro ya recoge muchos testimonios de personas —de ambos sexos— a favor de la madre vengadora. 

No podemos ser apologetas de la venganza. Es inmoral porque es otra forma de violencia. Pero es que además no es rentable. Si los Pincelitos se hubieran vengado, la famila de Verónica, en vez de una desgracia, habría padecido dos. El libro no va por ahí. No defiende la venganza de una víctima.

Susana Gisbert, fiscal especializada en violencia machista, recuerda que, en aquellos meses, había muchas voces que no reclamaban el derecho a la venganza de Mari Carmen, sino el reconocimiento de que, tras la violación de su hija, no había recibido una respuesta apropiada por parte de la sociedad y no se habían activado los mecanismos adecuados. (p.78)

Aparece el feminismo. El militante. En 2013, Mar Esquembre, una activista feminista destacada, volcó el apoyo de las instituciones en que trabajaba en la cuestión de Mari Carmen. Se buscaba dar fondo a la cuestión, más allá del sensacionalismo mediático.

El libro tiene una visión limitada del feminismo. Lo adscribe con claridad a una ideología concreta o a un género. Es cierto que esto no representa una parte importante del texto, y no supone obstáculo a la lectura. Simplemente, resta fuerza, capilaridad y transversalidad a algunos conceptos —la igualdad entre todos y el respeto— que debe impregnar a toda la sociedad, a salvo de sus ideas políticas o su género. Hay que hacerlo universal para que crezca.

En definitiva, un libro muy interesante. Una lectura fácil, —por la intención narrativa que se le ha puesto a la simple crónica—, pero cargada de trasfondo documentado. Nadie podrá negarle a la autora que todo lo que afirma lo descansa en un soporte argumental. Un texto para pensar en uno de los mayores problemas que arrastran las sociedades contemporáneas. 

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