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Qué necesarias son las distancias cortas en la amplitud de nuestros salones parroquiales por Gabriel Castillo, sacerdote

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De entre todos los mensajes que durante este tiempo hemos ido compartiendo por whatsapp, quizá el más productivo, si lo ponemos en marcha, sea el que se le atribuya a Albert Einstein y que nos habla de la crisis como la gran oportunidad.

Entre otras cosas nos advierte de la inutilidad de pretender que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. Y añade:

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la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias… La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia

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Cuando nuestra amiga Lourdes me pedía una reflexión sobre el “después” de los meses de confinamiento tan complicado, y de cuáles serían los nuevos retos que nos desafían sobre todo en el ámbito de una parroquia, y después de leer una y mil veces el texto de Einstein, se me ocurre compartir esta inquietud con vosotros.

Creo que no hay que ser muy agudo para ver que en el ámbito de las parroquias hay mucha paja y poco trigo, demasiadas estructuras y poco pastoreo, agendas apretadas hasta sus últimas horas, pero casi todo escrito con letra de médico, sin llegar a entender qué pone ahí.

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Quemamos, quizá, demasiado tiempo en hacer algo así como una especie de “máster de preparación a…” que da lugar a entender los Sacramentos como una conquista personal, con derecho adquirido. Y no solo eso: desenfocamos el sacramento como un encuentro fuerte con Dios y lo convertimos en algo similar a una ceremonia de graduación. Como decía Norma Duval en el anuncio aquel: “porque yo lo valgo”.

Por eso, esta “crisis” puede ser un gran momento para hacer un reseteo en el modo de hacer las cosas sin perder de vista lo que entiendo que debe ser la esencia de una parroquia: ser un gran espacio de confianza. Un espacio donde poder acompañarnos, desde la distancia corta, en nuestro proceso de crecimiento personal.

Un ejemplo nos puede aportar luz. Durante los meses de buen tiempo una de las actividades top de nuestra parroquia son los paseos en bici con distintas familias. Aquella tarde se me acercó una de las niñas, con unos siete años de edad. Se llama Jimena. Y me dice: “mi mamá me está poniendo en internet una serie que ellos veían cuando eran jóvenes en la que los protagonistas hacían lo mismo que nosotros”. Se refería a Verano Azul. Y se me ocurrió hacerle varias preguntas: a la de cuál sería el personaje que le gustaría encarnar respondió sin duda alguna que Bea, pues era la más popular de todas. A la pregunta de si había visto todos los capítulos me dijo que sí. Y a la pregunta sobre si había llorado con la muerte de Chanquete me respondió que no. Y me extrañó.

En seguida le dije que yo no paraba de llorar cuando vi aquél capítulo. Y, antes de terminar mi respuesta, Jimena abrió su corazón y se sinceró: “yo también, yo también”.

La confianza comenzó a hacer de las suyas. Con sus escasos siete años ya intuía que mostrar su lado más humano, más sensible y más tierno podía hacerle sufrir. Pero también sabía que un espacio de confianza, donde poder sacar hacia fuera lo mejor de nosotros mismos, no solo nos protege, sino que también nos ayuda a varias cosas: a no sentirnos solos sino acompañados, a crecer por dentro, a descubrirnos valiosos e importantes entre otros y a sentirnos parte de algo más grande.

Qué necesarios son las distancias cortas en la amplitud de nuestros salones parroquiales

Por eso quizá un gran objetivo a tener en cuenta en la base de nuestro hacer parroquial podría ser entender el “encuentro” como la piedra angular de la construcción de una parroquia. Ese “encuentro” personal es un terreno sagrado. En ese terreno crece la amistad, se fortalece el amor, nos renovamos con el perdón, fortalecemos todo eso con la confianza. Y todo eso sólo existe desde la gratuidad. Y no podemos instalar la lógica de la optimización, la lógica de la agenda, la lógica del mercado y tantas otras en la sacralidad de lo gratuito.

Ojalá desgastemos no tanto nuestras instalaciones sino las suelas de nuestros zapatos.

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