Preparando la Fiesta de Santa Magdalena Sofía Barat
Vosotros sois mis sarmientos
Por Mariola López Villanueva, rscj
Jn 15, 1-8
Cuando Jesús nos propone la imagen de la vid nos está mostrando de donde brota su propia experiencia del amor. Ese amor que fue descubriendo poco a poco en el modo en que su madre lo iniciaba en la vida. El amor que le reveló aquella mujer con hemorragias que lo toca sorprendiéndolo y le confirma en su capacidad para sanar; y el de aquella extranjera, una mujer cananea, que le ayuda a reconocer la dignidad sagrada de cada criatura y le ensancha su imagen de Dios. El amor que le ofrecieron sus amigas Marta y María, que le mostraron el afecto en tantos gestos y le animaron a expresar el suyo. Jesús hizo experiencia en sus relaciones de este amor ancho, generoso, bueno, sanador… y fue aprendiendo también él a dejarse querer; a reconocer los momentos de la poda y el tiempo de las flores y los frutos.
Sofía sabía este amor concreto, hondo y fiel en lo pequeño, hecho de complicidades y sencillos detalles, y había experimentado cómo en muchas ocasiones cuesta aceptar la poda necesaria cuando llegue.
He visto, por primera vez, cómo se puede estropear un árbol que no ha sido bien podado y eso me hace comprender que no podemos podar a la ligera, ni dejar que nos poden otras palabras que no sean las de Jesús. La poda requiere un respeto, una dedicación y una sabiduría, que sólo el Viñador conoce.
Emociona el modo en que Jesús nos vincula a él y nos invita a abandonarnos confiadas a la savia que nos cruza: “permaneced en mi amor”. ¿No es esto lo único que realmente importa? ¿No es esto lo que insistentemente nos pide? No dejar de creer en este amor que nos busca más cuanto más perdidas estamos, no dejar de vivirnos inmersas en él, porque sólo recibirnos de este amor hace fecunda nuestra fragilidad. Y consentir ser limpiadas y podadas de todo aquello que impida su crecida en nosotras.
Sofía nos diría hoy; “Manteneos unidos a la vid, entregadas a las manos pacientes del Viñador, seguras de la savia de su amor que os cruza”. No podemos dar fruto solas. No hay fertilidad sin alegría compartida. Él es el primero que permanece, ni un solo instante se separa de nosotras. Sabe que damos gloria a Dios cuando el amor fluye y quiere que recorra nuestras vidas, con la misma abundancia que atravesó la suya y la hizo infinitamente buena y sanadora.
Imagen: Arcabas
Comentarios recientes