[vc_row css=».vc_custom_1551871724641{margin-top: 20px !important;padding-top: 20px !important;}»][vc_column][vc_column_text]

por Alicia Carro

[/vc_column_text][vc_column_text]

«Por Él estoy aquí»

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_row_inner][vc_column_inner width=»1/2″][vc_column_text]

«Sólo el amor de Dios ha sido capaz de conquistar mi corazón de verdad y por Él estoy hoy aquí.»

Cuando me dijeron que venía a Chile no me lo podía creer todo era deseo  y esperar el día de la partida. Todo mi ser celebraba ese gran regalo.

A medida que se iba acercando el momento, como un mes antes mis entrañas empezaron a hablarme. Se me movía todo, ya empezaba a buscar algo para relajarme, se acercaba el día y tenía que decir adiós.

Filipina estuvo muy presente en esos momentos, ella fue un gran ejemplo en esta aventura que comenzaba. Admiraba su valentía, audacia, insistencia, y sobre todo la oración. Yo le decía al Señor, “a tu lado soy feliz y quiero hacer felices a otros, me has metido en esto, me has conquistado, sé que no voy sola, estarás conmigo en todo momento”. Al igual que Filipina mi único deseo era responder al llamado de Dios y abandonarme a la providencia.

Llegó el momento de dejarlo todo, familia, amigos, hermanas, la tierra, comodidades, los niños, los jóvenes… eran muchas cosas. En medio de todo esto, abrazos, besos, gestos, palabras y muchas lágrimas. Era la primera vez que salía de mi tierra.

Ya embarcada al igual que Filipina pero esta vez en avión, una vez en el aire ya no había vuelta atrás, en medio de la tristeza se asomaba la alegría y el deseo de llegar a mi nuevo hogar, Chile. Yo rezaba, mi compañía solo era Dios.

[/vc_column_text][vc_column_text]

“No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”

[/vc_column_text][/vc_column_inner][vc_column_inner width=»1/2″][vc_column_text]

Camino de casa ya llegando a Reñaca, lo que más me impresionaba era el  cerro lleno de casas, todas amontonadas. Casas de madera, como medio colgantes, la construcción fue lo que más me llamó la atención… estaba asombrada.

Aunque el impacto de la realidad es fuerte, he experimentado también mucha alegría por la oportunidad de encontrarme con tantas personas, con su realidad cultural y biográfica tan distinta a la mía. Familias sin agua, viviendo en condiciones pésimas, sin recursos, harta necesidad, pobreza, miseria… así se vive en los cerros de Reñaca Alto.

He soñado en algún momento con poder tocar muy de cerca la pobreza, parece que Dios me ha escuchado y me ha regalado esto y encima en tiempo de formación. El noviciado es un tiempo muy personal, crecimiento, estudio, silencio, oración, comunidad. Es como poner lo aprendido en práctica.

Reñaca me está enseñando, sentir de cerca el dolor, los que sufren, los marginados, esto va construyendo mi vida y me compromete a luchar por la justicia. Todo cuanto voy descubriendo va despertando preguntas, y me invita a ir más allá, a cruzar a la otra orilla, a experimentar lo que significa la interculturalidad y la internacionalidad. Agradezco la sonrisa franca y sincera de la gente que me recibe, de niños, jóvenes y contemplo el paisaje desigual entre el cerro y la ciudad.

Siento que mis miedos van disminuyendo. Me he sentido muy acogida y muy querida. No me ha costado llegar a las personas del lugar y les tengo mucho cariño. En todos ellos veo ese rostro de Dios misericordioso. Jesús se me hace muy presente en todo esto porque para él los más vulnerables eran sus preferidos.

Al igual que Filipina estoy dispuesta a dar la vida, a llegar más allá, en busca de lo desconocido. Solo la presencia de Dios basta para ponerte en camino.

Ahora mi misión está aquí, evangelizar, contagiar el amor de Dios. Estar atenta a la realidad y que no me falte nunca la disponibilidad, generosidad y fidelidad al Señor.

[/vc_column_text][/vc_column_inner][/vc_row_inner][/vc_column][/vc_row]

Ir al contenido