Lo mío es tuyo

Reportaje realizado por el periódico «La Vanguardia» a la comunidad de laicos de la Barceloneta que desde hace 45 años comparten casa y fe . Josep Maria Llull, uno de los integrantes, es profesor de Bachillerato en el colegio Sagrat Cor Diputació.

 

Josep Maria, arquitecto de 63 años; Marga, de 61; Pere y Núria, ambos médicos de 63 años; y Glòria, maestra de 65, viven en la calle Pizarro, en el barrio de la Barceloneta. Comparten piso, comidas y cenas, gastos e ingresos desde hace 45 años, cuando decidieron vivir en comunidad.
“Nos conocimos a través de una plegaria semanal en Barcelona y nos unió la experiencia de la fe. Como muchos jóvenes en los años 60 y 70 teníamos el deseo de vivir juntos y empezamos a estudiar mil formas para llevarlo a cabo”, explica Glòria, quién se asombra del interés de esta periodista por un estilo de vida alternativo. “No creemos que nuestra historia pueda inspirar a nadie, aunque es cierto que hay pocas comunidades que se sostengan durante 45 años”.
¿Cuál es el secreto del éxito? “Vocación, comunicación y confianza”, responde rápido. “Igual que hay otras personas que se realizan a través de la paternidad, la pareja o el trabajo, nosotros nos sentimos realizados viviendo en comunidad, con todos los beneficios y las renuncias que ello implica”. Pero que nadie se confunda, vivir en comunidad no implica renunciar a la familia. De hecho, de los cinco miembros de la casa, han surgido dos parejas que en total tienen cinco hijos, de edades comprendidas entre los 30 y los 22 años, así que cuando se juntan todos son, al menos, 12 personas. “El mayor ya se ha casado y ha tenido un hijo”, cuenta Glòria.
La comunidad Taizé, impulsora de las plegarias donde se conocieron los protagonistas de esta historia, se basa en la acogida, la convivencia y la espiritualidad. De hecho, el fundador, Roger Schutz, se estableció en Taizé, un pequeño pueblo de Francia cerca de Lyon, en 1940 para formar una comunidad entre las diferentes iglesias cristianas.
laicos de la BarcelonetaAcoger personas que están atravesando una crisis personal es uno de los compromisos de esta comunidad afincada en la Barceloneta. “En total, hemos acogido unas 15 durante los 45 años que llevamos aquí. Ofrecemos la posibilidad de compartir con gente que está buscando el sentido de su vida”, explica Glòria desde el comedor de una casa ubicada que cuenta con cinco plantas y una terraza en el corazón del barrio marítimo. La vivienda la adquirieron hace 45 años a un precio irrisorio, cuando la Barceloneta no estaba dominado por los turistas y sometido a la gentrificación, sino que quedaba apartado del centro de la ciudad y era habitado mayoritariamente por familias humildes de marineros y personas que llegaban de otras zonas de España para ganarse la vida.
A mi llegada a la casa, Glòria está acompañada de un joven de color de unos veinte años de edad, quién responde al nombre de Abdul, de manera que le pregunto si Abdul es una de estas personas acogidas: “No, Abdul es un caso especial. Lo conoció la hija de Pere y Núria, médicos los dos, en un campo de refugiados en Lesbos y mantuvieron el contacto porque tenía problemas de salud. Finalmente, decidieron que Abdul, que proviene de Gana, tenía que venir a Barcelona para tratarse y desde hace un año vive con nosotros y ya trabaja en una frutería del barrio”, explica Glòria, que recuerda que durante la guerra de Bosnia, entre 1992 y 1995, también cobijaron a una refugiada bosnia y más recientemente a una familia colombiana derivada a través de Cáritas.
“La posibilidad de acoger y compartir con otros nuestro día a día es el principal beneficio de la vida en común”, añade Glòria. Entre las dificultades, las típicas de la convivencia: “¿por qué has colocado este vaso en este cajón si sabes que va en el otro?”, explica con humor, “pero nada que con voluntad y comunicación no se pueda arreglar”.
En la casa de la Barceloneta se comparten experiencias vitales, pero también cosas materiales y las nóminas de todos los convivientes van a una cuenta bancaria común. ¿Esto no ha generado problemas? “Jamás. Antes de realizar un gasto grande, lo hablamos. Del mismo modo que harías tú con tu pareja si se te estropea el ordenador. No llegarías con uno nuevo bajo el brazo, sino que explicarías el problema y la necesidad de adquirir uno nuevo. Hacemos lo mismo”.
laicos en BarcelonaEl mayor punto de inflexión en la convivencia de esta comunidad se produjo con la llegada de los hijos de Josep Maria y Marga, primero, y Pere y Núria después. “Tuvimos que dejar las normas muy claras”, explica Glòria. “Los hijos los educan los padres y no la comunidad. Si necesitan pedir permiso para hacer algo, dinero o lo que sea tienen que dirigirse a sus padres. Yo estoy aquí como una abuelita o una tieta, una persona con la que comparten el día a día y las experiencias vitales pero no soy responsable de su educación”, añade.
Los núcleos familiares se mantienen, de manera que los hijos siempre han diferenciado quiénes les educaban –los padres– y quiénes les acompañaban –el resto de los miembros. “En el colegio nunca han tenido ningún problema con ello. Al contrario, cuando lo han contado a sus amigos, y han venido a jugar a casa, les ha parecido fantástico, y también a sus padres. De hecho, nosotros nunca hemos tenido televisión, pero cuando hemos tenido interés en ver algún programa, hemos ido a casa de amigos”, dice Glòria. “Ahora los hijos de Josep Maria y Marga ya están independizados, y los de Pere y Nuria, medio medio”.
Hay menos ruido en la casa de la Barceloneta. De nuevo, conviven los cinco protagonistas de esta historia que empezó hace 45 años cuando decidieron compartir piso, comidas y cenas, gastos e ingresos. Compartir la vida, en resumen, tan fácil y difícil al mismo tiempo.
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