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«Llevo conmigo las voces de muchas mujeres» por Margarita Bofarull, rscj

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Margarita Bofarull, miembro ordinario de la Academia Pontificia por la Vida

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Entrevista de CARME MUNTÉ MARGALEF en Catalunya Cristiana

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Margarita Bofarull, religiosa del Sagrado Corazón, es un referente en teología moral y en bioética. Desde 1996 es profesora de Teología Moral en la Facultad de Teología de Cataluña y desde 2001, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) de El Salvador. Es presidenta del Comité de Ética Asistencial del Hospital Sant Joan de Déu y del Patronato del Instituto Borja de Bioética (Universidad Ramón Llull). También es delegada diocesana de Fe y Cultura de Barcelona. Ahora, el Papa la ha nombrado miembro ordinario de la Academia Pontificia por la Vida, una institución científica que aborda retos de presente y futuro como la pandemia, la inteligencia artificial o la eutanasia.

[/vc_column_text][/vc_column_inner][/vc_row_inner][vc_row_inner][vc_column_inner][vc_column_text]Con su nombramiento, la Academia Pontificia por la Vida quiere poner en valor el binomio alrededor
del cual pivota su reflexión y trabajo: la teología moral y la bioética. ¿Cómo entender esta complementariedad?

Se trata de estudiar los problemas relacionados con la vida humana a la luz del Magisterio de la Iglesia católica. Para mí, es muy importante la complementariedad entre reflexión, estudio, investigación y proximidad a casos concretos. Se reflexiona diferente desde un despacho que desde un hospital. En este sentido, agradezco muchísimo el ser presidenta del Comité de Ética Asistencial del Hospital Sant Joan de Déu. Es muy importante pisar la calle, estar en contacto con la gente, captar
las alegrías, las esperanzas y las angustias de nuestro mundo, como decía el Concilio Vaticano II. Significa escuchar y hacerte tuyos los problemas de los demás. Las fuentes de la teología son, por una parte, la revelación y la Tradición y, por otra, los datos que nos dan las ciencias. El teólogo debe tener el oído atento a la realidad y al Señor.

Desde 2013 formaba parte de los «miembros correspondientes» de la Academia Pontificia por la Vida. Ahora ha sido nombrada miembro de
pleno derecho de este organismo vaticano. ¿Cómo valora la voluntad del Papa de abrir espacios a las mujeres?

El papa Francisco tiene la voluntad clara de dar pasos en este sentido. El 6 de febrero nombró a la religiosa Nathalie Becquart subsecretaria del Sínodo de los Obispos, con derecho a voto. Ahora bien, todavía queda mucho recorrido por hacer dentro de la Iglesia. En la archidiócesis de Barcelona, por ejemplo, somos dos delegadas diocesanas, y no somos las primeras. Pienso, pues, que va abriéndose un espacio. En los sitios donde estoy presente procuro llevar conmigo las voces de otras muchas mujeres. Todo lo que hago lo hago como religiosa del Sagrado Corazón, haciendo presente la vida religiosa femenina.

¿Cuál es la contribución específica de las mujeres?

Hay matices e intuiciones que son claramente diferentes con respecto a los hombres; ámbitos de la vida que no se viven de igual manera, y una sensibilidad diferente, también en relación a cuestiones de desigualdad de género. Generalizando mucho, y sé que no se puede generalizar, me atrevo a decir que el pensamiento masculino suele ser más sintético y lineal, mientras que las mujeres procuramos integrar más la vida con matices dentro de la reflexión. Esta complementariedad es
muy enriquecedora.

[/vc_column_text][/vc_column_inner][/vc_row_inner][vc_row_inner content_placement=»middle»][vc_column_inner width=»1/2″][vc_column_text]Covid-19
La pandemia ha hecho aflorar cuestiones que atañen la bioética, como las situaciones de final de vida o la vacunación (la Academia ha hecho un documento específico sobre esta cuestión). ¿Qué enseñanzas debemos sacar?

La pandemia del Covid-19 ha obligado a resituarnos y cambiar de paradigma. A nivel de salud, hemos pasado de un paradigma basado en la clínica a uno basado en la salud pública. Hasta la irrupción del Covid-19 estábamos iniciando una especie de boom del transhumanismo. Cuando prácticamente estábamos vislumbrando el «sueño» de la inmortalidad, nos alcanza un organismo nanométrico que pone en evidencia nuestra vulnerabilidad y fragilidad. Asimismo, la pandemia nos ha ayudado a comprender una cuestión que siempre ha remarcado la Tradición de la Iglesia: la vida es un bien comunitario; lo que hacemos y vivimos incide en la vida de todos. La pandemia ha puesto en entredicho los paradigmas individualistas, materialistas y utilitaristas. Todo eso, si lo sabemos aprovechar, ayudará a resituarnos en lo que somos para poder caminar con más esperanza. En cuanto al tema de la vacunación, también se trata de un tema de justicia. No hay que buscar el mayor bienestar para un grupo pequeño de personas, sino para toda la humanidad. Debemos procurar la cobertura universal de las vacunas y de la atención sanitaria.

[/vc_column_text][/vc_column_inner][vc_column_inner width=»1/2″][vc_single_image image=»8237″][/vc_column_inner][/vc_row_inner][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]La pandemia también nos ha dejado como legado un trabajo más interdisciplinario en los hospitales.

Siempre hemos hablado de la atención integral de las personas, que quiere decir abarcar el máximo de dimensiones que nos configuran. Pero a la hora de la verdad, en muchos centros hospitalarios había dimensiones que no se contemplaban mucho. Hay gente que ha muerto sola, que ha pedido ayuda espiritual, social o psicológica (por señalar algunas), que no le ha sido proporcionada. Cuánta gente en situación de final de vida no ha contado con el apoyo espiritual, psicológico, religioso, con una atención de servicios sociales… Y no solo en tiempo de pandemia. Tenemos muchos pasos por dar en este sentido.

Eutanasia
Se habla de eutanasia como de muerte digna, pero, ¿qué es la muerte digna?

Se produce un secuestro del término «muerte digna» para equipararlo con la eutanasia. Etimológicamente, «eutanasia» viene del griego y significa «buena muerte», pero hoy, cuando hablamos de eutanasia, no lo hacemos en el sentido etimológico sino que por eutanasia entendemos el procurar la muerte de otra persona (en la misma proposición de ley se define eutanasia como quitar la vida de otro). Por otra parte, la dignidad es ontológica al ser humano, la tenemos por el hecho de ser humanos; cristianamente, por el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, la dignidad, nadie nos la puede quitar. Todos queremos una muerte digna o una buena muerte, pero esto no es eutanasia. A nivel ético contamos con muchos consensos: por ejemplo, existe un rechazo mayoritario del encarnizamiento terapéutico, en el sentido de no prolongar la vida innecesariamente, no se trata de retrasar el advenimiento de la muerte con todos los medios posibles; también todos estamos de acuerdo en que hay que luchar contra el dolor y, por eso, contamos con un gran arsenal terapéutico. Muchas veces cuando las personas dicen que quieren la eutanasia, en realidad están diciendo que no quieren sufrir ni prolongar su vida por medios artificiales, y esto no es eutanasia. Desgraciadamente, debido a insuficiencias del sistema, no se atiende a toda la población como sería deseable. A veces se da un mal, o insuficiente, control del dolor. También hay personas que, por cuestiones económicas o materiales, se sienten una carga para su familia, y esto es muy triste. Si hubiera una buena red de servicios sociales, de ayudas humanas, técnicas y económicas, las peticiones de eutanasia seguro disminuirían significativamente o se anularían.

La proposición de ley sobre la eutanasia, aprobada en el Congreso de los Diputados el 17 de diciembre y ya en el Senado, ¿preocupa al
Vaticano?

Está claro que al Vaticano le preocupa el tema de la eutanasia. Es un tema que hemos abordado varias veces. En estos casos, el cómo es tan importante como el qué. Tenemos una proposición de ley que, como tal, se ha hecho sin debate social ni parlamentario, y en un contexto de pandemia, donde la muerte está muy presente, si bien sigue siendo un tabú. Se ha llevado a cabo sin tener en cuenta el parecer del propio órgano consultivo del gobierno español para estas cuestiones, el Comité Español de Bioética, que es plural, y que ha hecho un magnífico informe que sus integrantes han firmado por unanimidad. No es serio sacar adelante una ley de esta trascendencia sin debate social y con confusión terminológica.

Sacar adelante una ley de eutanasia sin garantizar el acceso universal a los cuidados paliativos, ¿es empezar la casa por el tejado?

No es ni empezar la casa por el tejado, porque el tejado no es la eutanasia. Además, la eutanasia no responde a una demanda social. Sí hay una demanda social de paliativos, de una buena atención primaria y hospitalaria. Primero hay que garantizar el acceso universal a los paliativos. Cataluña es pionera en cuidados paliativos, pero todavía hay personas que no pueden acceder, muchas veces porque no se detecta su necesidad a tiempo. Hay gente con sufrimientos que no los tendría con un buen control de síntomas. También hay que introducir la formación en paliativos en los diferentes grados y estudios sanitarios.

Ideología de género
Hay una cuestión delicada de abordar públicamente, como es la ideología de género, las personas «trans»… El borrador de la «Ley Trans» ha levantado mucha polémica

Hay realidades que no se pueden abordar a golpe de ley. Me asombra el silencio de algunos colectivos sobre las repercusiones que tienen en la salud de la persona algunas intervenciones, quirúrgicas y hormonales, que se practican en las solicitudes «trans». Sabemos, por ejemplo, que un hígado masculino no metaboliza las hormonas femeninas de igual modo que un hígado femenino. Hay intervenciones sobre un cuerpo sano que comportan patologías, como la esterilidad. Es importante llegar al fondo de estos malestares. Nosotros creemos que la persona debe estar reconciliada consigo misma para ser feliz. Se trata de que cada uno viva con libertad lo que es, pero sin la maleficencia que a veces comporta.

¿Hay un uso sesgado de la autonomía personal?

La autonomía es la capacidad de tomar decisiones de acuerdo con nuestras convicciones, de manera libre y no coaccionada, pero no es el único principio a tener en cuenta. Junto a la autonomía está la no-maleficencia, que es el principio de no dañar a los demás ni a uno mismo; también está el principio de justicia, que quiere decir, entre otras cosas, reparto equitativo de recursos. En este sentido, sorprende que entren en la cartera de servicios públicos sanitarios determinadas intervenciones y no otras, como una salud odontológica completa. También se necesita una mirada más lúcida sobre el propio bien. En este momento todavía hay en estas cuestiones un pensamiento muy ultraliberal e individualista, alejado de uno más social y comunitario. Es el discurso que se emplea para temas como el final de vida y la eutanasia, como si solo se tuvieran que contemplar con el parámetro de la autonomía personal, desconectado del resto. En cambio, muchos que emplean este discurso ultraliberal para temas de final de vida, en otras cuestiones como la salud pública se encaminan a paradigmas más sociales. Quizá habría que clarificar un poco las cosas. Yo no puedo mirarme la vida solo desde mi autonomía, debo contemplar otros principios, como la justicia, la no-maleficencia, el bien común, la dignidad, la integridad, la vulnerabilidad…

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