Jornada mundial sin mensajes

por Dolores Aleixandre, rscj

Fuente: www.alandar.org

Soy consciente de que para este año ya llego tarde, pero dejo caer la propuesta por si suscita apoyos: se trataría de promover una Jornada Mundial libre de Mensajes”, idea que me viene rondando hace tiempo. Antes de nada necesitaría detectar si a más gente le ocurre como a mí: al llegar los primeros días de Enero, alcanzo un estado de punto de absoluta saturación que no me permite leer ni un solo mensaje, deseo, texto, invitación, recomendación o exhortación, tanto en relación con la Navidad como para el año entrante. En los tiempos remotos del papel, todo eso se acumulaba en nuestros buzones pero ahora inunda los grupos de WhatsApp, incluyendo prolijos mensajes de audio que dicen lo mismo pero de forma oral.

Padecemos una sobredosis de ruido en forma de barullo insulso y nos urge escapar en busca de un silencio que nos haga posible respirar mejor. Me imagino un recorrido callado, mirando solamente las cosas simples y cotidianas y dejándolas decir lo que quieran en su propio lenguaje «Una vela, las flores, las tumbas o la nieve: todo lo que importa no hace ruido», escribe Jesús Montiel y Francisco en la Fratelli tutti: “Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (46). Y Rumi, el místico sufí: “Renuncio a las palabras, a las frases, a las expresiones, para hablar Contigo sin recurrir a ninguna de ellas”.

Los discípulos de Jesús debían estar acostumbrados a ese otro lenguaje con el que el Maestro expresaba, sin palabras, su alegría, su decepción, sus deseos, su admiración o su impaciencia. Los textos hablan de su conmoción ante la viuda que había perdido a su único hijo (Lc 7,12), de su estremecimiento y sus sollozos por la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,33-35), de su alegría al escuchar lo que le contaban sus discípulos (Lc 10,17), de su mirada de indignación al sentir la obstinación y terquedad de sus oponentes (Mc 3, 5), de su tristeza, su miedo y su angustia en el huerto de los Olivos que el autor de la Carta a los Hebreos llama clamores y grimas (Heb 4,15).

Pero para sintonizar con esa otra frecuencia, no queda más remedio que quitarle el sonido a esa banda sonora que nos acompaña y que aparece reflejada de maravilla en la publicidad de uno de esos bancos que nos tienen tan contentos a los mayores: Porque tú, porque te…”.

Podemos hacer la prueba de ponernos en modo avión, despreocuparnos de transmitir mensaje de ningún tipo y pasar un día escuchando lo que las personas y las cosas dicen por ellas mismas, sin empeñarnos en meterlas en la jaula de nuestras entendederas y valoraciones. A lo mejor entonces, cuando les damos esa libertad para ser como son y no como deberían ser y decir lo que quieran sin interrumpirles, nos asombre descubrir que estamos sintonizando con el misterio profundo que nos habita.

 

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