La experiencia de Ignacio en Bantabá
Proyecto de voluntariado RSCJ en Almería, España
Recién llegado de mi participación en el Proyecto Bantabá, quería escribir unas líneas para intentar, porque solo va a ser eso, un intento, reflejar lo vivido en esos días.
Desde el primer momento, el domingo 26 de junio, con la acogida de las Hermanas, la sensación es de estar en casa, y mejor aún, en familia. El trabajo que desempeñan es fantástico y en ocasiones, inabarcable, pero la respuesta siempre es la misma para todos, una sonrisa y mucha disposición para que todo salga bien.
Con las compañeras que he tenido la suerte de compartir la casa, exactamente la misma sensación. Desde el primer momento, por parte de todos, el ¿qué puedo hacer? o ¿te ayudo en algo?, hacen que la integración sea muy fácil, teniendo la sensación de conocernos desde hace tiempo. Tres generaciones distintas pero con muchas ganas de aprender del otro y dar lo mejor de nosotros mismos.
Tanto de las Hermanas como mis compañeras, he aprendido muchas cosas, pero si hay algo que de hecho ya me acompaña en mi día a día, es el encuentro con el Señor al finalizar el día. La lectura del Evangelio, y la llama de la vela, me ayudan a agradecer el día y lo vivido.
En cuanto al motivo de todo el Proyecto, por dónde empezar… No puedo estar más agradecido a todas las personas que han pasado por el centro y he conocido. Bastó el primer día para quererlos y sentirme querido. Es muy fácil conectar con ellos, intuir sus preocupaciones, su día a día, pero también su ilusión, y la valentía con la que afrontan el futuro. Yo lo pensaba muchas veces… ¿habría sido yo capaz de tanto?.
Compartir con ellos estas dos semanas, ha sido un aprendizaje continuo mutuo. Por mi parte, unas pequeñas nociones para que fueran conociendo el idioma y la esperanza de que les ayudara un poco más en su integración, ya difícil de por sí. Por la otra, no he dejado de recibir lecciones de vida que me he propuesto aplicar en mi día a día. No tengo palabras para agradecerles su disposición, su escucha después de un largo día de trabajo, o simplemente un largo día porque no pudieron trabajar, con el prejuicio que eso puede suponerles.
Las clases han servido para conocer la situación en la que viven y trabajan, los problemas a los que tienen que enfrentarse cada día, aquello que dejaron atrás, y aquello que les empujó a tan dura travesía.
Por mencionar algo más concreto, como complemento a las clases, y para tener un mayor conocimiento y aprovechamiento de la experiencia, hicimos una visita a un invernadero para conocer el día a día del mismo. El agricultor que nos lo mostró, fue muy didáctico y cercano y pudimos aprender de primera mano, lo que cuesta llevar a nuestras mesas unas sencillas verduras, que siempre las encontramos en el supermercado, sin preguntarnos cómo llegaron hasta allí. Para mí, esa verdura, esa fruta, ya tienen nombre y rostro, el de las personas que lo apostaron todo por levantar el invernadero, y aquellos que trabajan en ellos.
Le damos tan poca importancia a lo más sencillo o trivial, que olvidamos muy pronto que detrás de todo ese trabajo, hay muchas ilusiones, también fracasos, y el tener que volver a empezar, pero sobre todo, personas que se juegan mucho a nivel personal y/o económico, y personas que lo dejaron todo por encontrar un futuro mejor.
Otra de las visitas que hicimos por los invernaderos, nos llevó a un campo de fútbol… A primera vista, llamarlo así ya sería bastante generoso, pero cuando te das cuenta del trabajo que han hecho esos chicos, la dedicación con la que se lo han tomado y la organización que tenían con los escasos medios de que disponen, lo convierten en un campo precioso. Me resulta imposible imaginarlo, conociendo las dimensiones del campo, todo cubierto de matorrales y matojos, y después de que un montón de chicos ilusionados y muy bien organizados, limpiándolo en sus ratos libres después de una dura jornada de trabajo, para poder hacer algo que les gusta y les llena, y quizás también, evadirse y desconectar un poco del día a día, ver el resultado final. Es algo, que como otras experiencias vividas en Bantabá, te deja sin palabras.
Como este, han sido muchos momentos bonitos los que hemos vivido compartido en esos días, y para mí, sería imposible quedarme con uno solo porque la experiencia ha sido un todo indivisible, pero si pudiera abrir el abanico e incluir alguno de ellos, no tengo la menor duda que uno de ellos, que me acompañará toda la vida, sería la invitación a comer que nos hicieron, a las Hermanas y a los tres voluntarios, una familia marroquí de una antigua alumna del centro, hermana de uno de los chicos de mis clases.
Hospitalidad, esa es la palabra que mejor podría definirla. Pienso en todas las horas que estarían en la cocina preparando aquellos deliciosos platos para sus invitados, y no puedo dejar de pensar que todo les pareciera poco, pero para nosotros fue tantísimo, que en mí ya ha quedado grabado en la memoria.
Realmente fui sin saber muy bien qué me iba a encontrar y volví con el equipaje lleno de tantos sentimientos, que ahora, en la rutina del día a día, en la valoración de todo lo que uno tiene, y en la seguridad de que se puede vivir con muchísimo menos, toca revivirlos, ordenarlos y guardarlos en la memoria para que siempre, siempre, me acompañen…
Espero, de todo corazón, que nuestros caminos vuelvan a cruzarse.
Ignacio. Voluntario de Bantabá verano 2022
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Muchísimas gracias por dodo