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Fiesta del Sagrado Corazón

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por Barbara Dawson, RSCJ

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Acabamos de recibir la carta de Barbara Dawson, rscj con motivo de la Fiesta del Sagrado Corazón. Cada año, para esta fecha, la Superiora General escribe una carta a la Familia del Sagrado Corazón.

En esta ocasión, en la carta hace referencia al documento: «Ser artesanas de la esperanza en nuestro mundo roto y bendecido», fruto del Encuentro de Justicia, Paz e Inegración de la Creación que tuvo lugar en 2018 en Filipinas. Este documento lo compartiremos dentro de unos días. 
Os invitamos a leer la carta, a interiorizarla, a hace un rato de silencio y oración con ella… para así unirnos a todos los compañeros en la misión y religiosas que en todo el mundo viven su fe y su compromiso desde los sentimientos y actitudes del Corazón de Jesús.

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Queridas hermanas y familia del Sagrado Corazón: Este año, la carta para la fiesta del Sagrado Corazón incluye un regalo y un desafío, pues les lleva el documento adjunto Ser artesanas de la esperanza en nuestro mundo roto y bendecido. Espero que en cualquier lugar en que estemos, y de cualquier manera que entreguemos nuestro tiempo y nuestras energías al servicio de la vida y de la misión, acojamos “de corazón” las llamadas de este documento – en nuestros corazones y en el Corazón de Dios. Las reflexiones del documento de JPIC están enraizadas en la vida de nuestra familia y en las experiencias que muchas de ustedes compartieron durante la preparación de la reunión de JPIC celebrada en Filipinas en noviembre de 2018. Damos las gracias a cada provincia y a todas las personas que compartieron sus alegrías y sus luchas y las de sus pueblos, así como a quienes participaron en esta reunión en nombre de todas nosotras. Vivir la justicia, la paz y la integridad de la creación forma parte de nuestro carisma y de nuestra misión, es nuestra manera de entrar en el Corazón traspasado de Jesús y de abrirnos a la profundidad del misterio de Dios y al dolor de la humanidad (Const. 8). Este año, el evangelio de la fiesta del Sagrado Corazón nos recuerda, mediante la imagen del Buen Pastor, el amor fiel y compasivo de Dios por cada persona. La esencia de la esperanza consiste en saber que Dios, que es fiel, está con nosotras y nos ama siempre y profundamente pase lo que pase. Incluso cuando estamos perdidas, y quizá especialmente cuando somos vulnerables, Dios se alegra de “encontrarnos”, de acogernos y de liberarnos. La seguridad del amor de Dios nos da valor para actuar como El, para ser pastores, para ser artesanas de esperanza. ¿Qué significa Ser artesanas de esperanza? En vez de empezar nuestra reflexión sobre lo que nos llama a la esperanza, quizá podemos preguntarnos qué es lo que nos impide esperar. Ciertamente, el caos y la inseguridad de nuestro mundo son un enorme desafío global, nacional, e incluso en nuestros propios ambientes. La situación del mundo puede resultar paralizante. Cuando me siento abrumada por la situación del mundo, o a veces por los desafíos que lleva consigo el avanzar como Sociedad, he aprendido que detenerme, reflexionar y rezar me ayuda a analizar qué es verdadero y qué no lo es, y a buscar luego los pequeños pasos, a veces radicales, que me conducen o nos conducen hacia adelante. Para mí, el camino más importante hacia la esperanza es recordar que este es el proyecto de Dios. Cada una de nosotras está llamada a recorrer el camino hacia adelante que nos ofrece el documento de JPIC. Necesitamos hacerlo, recordando la promesa de Dios en la primera lectura de la fiesta del Sagrado Corazón de este año: “Buscaré a la perdida, recogeré a la descarriada, vendaré a la herida, curaré a la enferma, a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido” (Ez 4,16). Soy también muy consciente de que lo que ocurre en el mundo exterior con frecuencia acontece en nuestro interior, como comunidad y como personas. El caos y la inseguridad del mundo y los desafíos en nuestra iglesia pueden penetrar en nosotras, como un virus espiritual, haciendo desaparecer nuestra capacidad de esperar y que nos sintamos cansadas, frustradas o disgustadas. Este tiempo de transición en la Sociedad puede influir en nosotras, en nuestra búsqueda de cómo construir un Cuerpo para fortalecer nuestra vida y nuestra misión. Necesitamos preguntarnos qué interfiere en el camino de la esperanza, qué nos impide creer que las cosas pueden cambiar – el miedo a lo desconocido, las heridas sin curar, el no pararnos para reflexionar, la falta de confianza. De muchos modos, esas mismas cosas que bloquean la paz mundial o nacional, pueden también entorpecer nuestra conversión, nuestra capacidad de ser artesanas de esperanza. Durante nuestros viajes recorriendo la Sociedad, he llegado a la convicción de que cada una de nosotras, y quizá cada uno de nuestros países o culturas, puede tener su particular “pecado original”, un obstáculo que necesitamos reconocer y superar para poder proclamar la esperanza de la resurrección. Os invito a pensar cuál puede ser el vuestro, en vuestra vida, en vuestra provincia, en vuestro país, en vuestra familia. ¿Qué clase de conversión tiene que acontecer en nuestro interior para que podamos pronunciar honestamente las palabras de Isabel a María: “Bienaventurada la que ha creído que la promesa de Dios se cumplirá”? No creo que sea demasiado afirmar que necesitamos ser mujeres de esperanza para vivir nuestra vocación de religiosas del Sagrado Corazón. Quisiera compartir tres imágenes que me obsesionan al pensar en nuestro desafío de ser artesanas de esperanza y celebrar esta fiesta del Corazón. Quizá estas imágenes, o aquellas que os atormenten, pueden ayudarnos a reflexionar sobre los desafíos que se nos presentan al mirarlos a través de las lentes del documento de JPIC– el poder y las relaciones justas, las transformaciones estructurales, un mundo de gente en camino de un lugar a otro, y el cuidado de nuestra casa común.

La primera imagen es la de la celebración del sábado santo en Egipto – entrar en la iglesia a través de un puesto de control, con hombres armados con metralletas, y tener que pasar por un detector de metales para poder celebrar la resurrección de Jesucristo. A esto siguió la escucha de la lectura que narra cómo Dios destruyó a los egipcios (Éxodo) sentada junto a una de mis hermanas egipcias. En muchos países, las iglesias y las mezquitas, los templos y las sinagogas no son ya refugios seguros en los que la gente puede reunirse para alabar y dar gracias a Dios. Me atormenta el miedo con el que vive mucha gente, debido al militarismo y al uso de las armas, a la manipulación y a la utilización injusta del poder, a la falta de honestidad de los medios de comunicación, y a la manera irreflexiva en que seguimos promoviendo la división, en vez de la comunión, entre la gente. ¿Cómo contrarrestar este ambiente en mi vida, en el lugar donde vivo? Todas tenemos algún poder, grande o pequeño. Mi poder ¿ofrece seguridad a la gente que me rodea o es una amenaza, promueve la vida o la controla? ¿Qué esfuerzos conscientes puedo hacer para crear espacios en los que la esperanza y la vida puedan florecer? La segunda imagen es la de la reunión de las rscj y los descendientes de los esclavos en Grand Coteau, Luisiana, en una ceremonia de arrepentimiento y de reparación por la actuación de nuestras hermanas durante el tiempo en que la esclavitud fue legal en los Estados Unidos y después. Aunque es solo un principio, el reconocimiento público de nuestra complicidad en el pecado de la esclavitud abre la puerta a la curación. Me atormenta el racismo que existe en mi país y el racismo no reconocido que vivimos a lo largo y ancho del mundo, las maneras en que inconscientemente participamos en la discriminación basada en el color de la piel, en la procedencia étnica o nacional, en la pertenencia a la tribu, en el status de inmigrante o de clase. Es esta una cuestión mundial, y una de nuestras sombras. ¿Cómo decir la verdad y reconocer nuestra participación en el pecado del mundo? ¿Cómo construimos comunión como una forma de reparación? ¿Podemos cada una entrar en nuestro interior y preguntarnos cómo este sistema funciona también en mi vida? ¿Puedo entrar en diálogo con otra persona y permitir que acontezca la sanación?

La tercera imagen es la de los niños en la escuelita de Bongor, en el Chad. Como todos los niños, en cualquier sitio, estos niños viven felices el momento presente, sin ser conscientes ni pensar en sí mismos, más allá de su familia y de su ambiente. Quieren a sus maestros, quieren a su escuela y acogen a gente como nosotras que proceden de fuera de su mundo. Estos niños, aunque son felices, pasan hambre, lo mismo que otros millones de niños, y carecen de los elementos básicos para su educación – libros, papel y lápiz, aula, y hasta un maestro fijo. Esta es “nuestra escuela” y las caras de los niños me obsesionan. ¿Cómo podemos ponernos en contacto entre nosotras para dar respuesta a las necesidades educativas de todos nuestros niños? ¿Cómo enfrentarnos con esta desigualdad? ¿En qué transformaciones estructurales tenemos que implicarnos, dentro de la Sociedad y en el mundo en que vivimos? Al celebrar esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús os invito a todas las personas que formáis parte de nuestra familia del Sagrado Corazón a prestar atención a la llamada de Dios a vivir profundamente la esperanza en nuestras vidas, a fortalecer nuestro compromiso de seguir avanzando como comunidad, a decir la verdad con amor mientras trabajamos juntas para hacer realidad el sueño de Dios para la vida de Su pueblo. Al celebrar esta fiesta del Corazón, miremos el mundo con el amor y la compasión de Dios y busquemos nuevos modos para Ser Artesanas de la Esperanza en nuestro mundo roto y bendecido. Con mucho cariño y mi oración.

Barbara Dawson, RSCJ

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