De nuevo, terminando el curso, celebramos la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. 

Un día para vivir lo que el Papa Francisco ha llamado repetidamente «la revolución de la ternura», de un Corazón que no se cierra en sí mismo, sino que permanece siempre abierto y siempre dispuesto al amor, a la compasión y al servicio. 

Ese Corazón no es una imagen bonita para contemplar, ni solo para adorar. Es el reflejo del mismo Dios que asume totalmente su compromiso con la humanidad. Y ese reflejo tiene consecuencias muy concretas en cada uno de nosotros…

Barbara Dawson, Sup gral expresaba hace unos días en su carta para esta fiesta:

Durante estos últimos meses, cuando rezaba ante el Corazón traspasado de Jesús, la imagen que me venía a la mente era la de las mujeres y los hombres reunidos en torno a la cruz, testigos del Señor que sufre, que muere y, sin embargo, vive. Jesús glorificando a su Padre, completando la misión para la que fue enviado: dar su vida por la humanidad, el acto supremo de amor.

A los pies de la Cruz, de tantas cruces… renovamos hoy nuestro compromiso por ese Amor que nos invade y que es promesa de Vida para el mundo. 

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