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25 de mayo de 2019

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Fiesta de Santa Magdalena Sofía Barat

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por Rosa Carbonell, RSCJ

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Evangelio: San Juan 15, 1-12

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Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de más fruto. Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis, y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos.

Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor. Esto os lo digo para que yo me goce en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado.

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Seguramente alguna vez Sofía Barat, mientras vendimiaba en las viñas de su pueblo, recordaría las palabras del evangelio de Juan y se preguntaría qué milagro era aquel por el que algunas vides daban tanto fruto y otras acababan secas… La respuesta era fácil: aquellas vides habían sido podadas, les habían cortado sus ramitas superfluas, precisamente para que las uvas fueran espléndidas, y aunque la poda hubiera sido dolorosa (¿qué seguridad tenemos de que las vidas no sufrían?), el secreto estaba en haber permanecido unidas a vid, recibiendo de ella la savia vivificadora…

Seguramente también en su larga vida recordó aquellas vides y su secreto, y supo aplicarlo a su propia vida y a la de su obra: el secreto era –lo formuló ella misma– la unión y conformidad con el Corazón de su Señor, que solo podía lograrse –y recibirse como un don– por medio de la oración y la vida interior…

Hoy, muchos años más tarde, podemos preguntarnos qué nos estorba para vivir la unión con la Vid verdadera, qué hay de superfluo en nuestra vida, en nuestra acciones y actitudes, y cómo hacer para que la savia verdadera –el agua que brota del costado abierto– sea nuestro alimento imperecedero y podamos dar un fruto que permanezca…

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