Experiencia Norte-Sur en Chile
De este verano en el que he cambiado el bañador por el abrigo, las chanclas por las botas y la toalla por tres mantas, he aprendido más de lo que nunca imaginé.
Cuando llegue traía un conflicto interno interesante sobre lo que era un voluntariado, que era lo que yo quería aportar y para qué iba a servir. No puedo decir que después de mes y medio haya resuelto ninguna de estas dudas, probablemente han surgido algunas nuevas.
Se lo que he hecho y tengo claro que he intentado hacerlo todo con la mejor de mis intenciones, pero el para que ha servido, o a quien le ha servido son preguntas que cada vez suenan con mayor intensidad. Por esa misma razón cuando mis familiares y amigos me escriben para decirme lo alucinados y orgullosos que están con lo que estoy haciendo, que ellos no serían capaces de renunciar a sus vacaciones de verano o que están deseando que vuelva para que les cuente todo siento un poco el llamado síndrome del impostor. Siento que se han creado unas expectativas de mi persona alejadas de la realidad.
No creo que sea un motivo para estar orgullosa de mí. Es más creo que yo soy voluntaria, porque efectivamente nadie me ha obligado a venir a Chile, pero no soy la ayuda ni la solución a los problemas de esta gente. La ayuda es el proyecto, la gente que lo ha creado y que forma parte de la propia comunidad, la gente que le da una continuidad y que están implicada todo el año. La ayuda sois vosotras cuatro que vivís por y para esto.
Y aunque no sepa definir voluntariado, creo que he entendido por fin el sentido de este mismo, o por lo menos, el sentido del voluntariado que yo he hecho. Nosotras somos simplemente un refuerzo temporal, que por desgracia no dura para siempre, y que como todo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Como buenas, espero por lo menos haberos quitado un poco de trabajo o haber podido aportar nuevas ideas. Haber podido enseñar algo nuevo a los niños con los que me he encontrado, haber conseguido que las mujeres a las que he conocido hayan pasado un buen rato.
Como malas, todo lo que va relacionado con la palabra temporal. La vida me ha vuelto a demostrar que el tiempo pasa volando, que aunque al principio pensara que los dos meses iban a dar para mucho, sin duda se han quedado cortos. Y por eso se me parte el alma cuando Jean Claude nos dice que no quiere que nos vayamos, que está harto de cogerle cariño a voluntarios para que luego se vayan y él se quede echándoles de menos. Y este niño de doce años es el que me hace entender que el voluntariado no es ir dos semanas hacer un par de actividades y volverte a tu casa sintiéndote buena persona. El voluntariado es dedicar tiempo.
A parte de las lecciones sobre el tiempo y la constancia, me llevo múltiples ejemplo de humildad que seguro me van a servir como referencia en mi vuelta a casa. Gente mala hay en todos lados, pero la cantidad de gente buena que me encontrado por metro cuadrado en Chile desde luego supera a cualquier otro lugar. Definiría a los chilenos como gente que recibe, entrega y agradece con todo el cariño que tiene por mínimo que sea, haciéndote sentir.
Por otro lado, mención especial merecen los conocimientos que he ganado en cocina, lenguaje y en jardinería. Así como lo aprendido en manualidades y de gestión e inventarios en el taller de mujeres o las ganas que los niños me han demostrado que hay que ponerle a un juego. Lecciones como que una conversación o una visita vale más q cualquier medicamento o que cuando se cocina para 55 al final siempre se pueden sacar 65 platos. Y lo más importante: que las cosas hechas con cariño siempre están bien.
Exactamente ocho semanas son las que vamos a estar en Chile, y hoy a dos semanas de que se acabe tengo claro que no me arrepiento de haber venido. No todo tiene respuesta en esta vida, por eso a pesar de las dudas sin resolver y con todo esto, yo me vuelvo a casa más contenta de lo que llegué.
Ana Stuyck
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