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Experiencia en Martil 2019

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10 días. Han pasado exactamente 10 días desde que dejamos Martil. El mismo tiempo que estuvimos allí. Y sin embargo, qué caprichoso es el tiempo, cómo juega con nosotros y nos hace sentir que unos fueron eternos a la vez que fugaces y otros han pasado lentos a la vez que rápidos.

Algunos achacarían esta sensación al verano, a la sensación de no tener que llevar la cuenta de si hoy es martes o viernes. Pero yo sé que lo que yo siento nada tiene que ver con eso. Que yo no soy la misma que hace diez días y mucho menos la misma que hace veinte.
Es curioso como en estos últimos diez me he dado cuenta de que necesitaba un par de horas para hacer un “pequeño” resumen a la gente de la experiencia. Es curioso como he podido ver que había en partes que se me hacía un nudo en la garganta y otras en las que lloraba de la risa al recordad momentos de máxima felicidad. Es curioso como a veces no encontraba las palabras y otras utilizaba todos los adjetivos que conocía. Es curioso como me emocionaba cuando veía que el otro vivía una parte de la experiencia conmigo al contársela o cómo me decían que se notaba que me había tocado, que algo había pasado en esos diez días que se notaba que me había cambiado.
Y no hablo de cambios físicos, hablo de cambios en el corazón, en la forma de ser y de estar, en la forma de relacionarme, de mirar, de tocar, de escuchar. Porque todo lo que ha sucedido en estos últimos diez días, es consecuencia, es continuación,de lo que sucedió en los primeros diez. De descubrir Marruecos, pero no los lugares, sino las personas, su cultura, su religión, su forma de vida, su realidad. Y todo eso hacerlo nuestro. Es consecuencia de habernos sentido familia. De haber ido todos a una. De haber tirado los unos de los otros, de haber podido ser nosotros mismos. Es consecuencia de Ubuntu. Es consecuencia de una acogida. Por parte de tres personas que nos han enseñado que la palabra Hermanas va mucho más allá de lo que uno puede llegar a ver o imaginar. De ver cómo se cuidaban, de cómo vivían aquello que hacían y cómo se desvivían por los proyectos, rectifico, cómo se desvivían por las personas, por cada una de ellas. Y eso mismo hicieron con nosotros, haciendo que cada uno sintiésemos que éramos únicos y necesarios. Es consecuencia de haber puesto nombre.De que ahora todas las realidades que descubríamos tenían nombre, tenían rostro, tenían una risa, tenían gestos, tenían gustos, tenían vida. Es consecuencia de haber ido a ayudar y habernos dado cuenta de que cuando uno da, recibe mucho más. Es consecuencia de un aprendizaje. De los números en árabe sí, pero un aprendizaje sobre todo de la importancia de los pequeños gestos, de lo mucho que puede llegar a decir una sonrisa o un abrazo. De aprender que con muy poco se puede ser feliz y sobre todo aprender a ser agradecidos.
Y muchas cosas más, de lo bonito y bello de la entrega, del sentimiento de unión, de lo mucho que se puede aprender al salir de nuestras zonas de confort, del ser generosos, de que el cansancio puede ser feliz, de que a veces las cosas no salen como uno planea y no por ello dejan de ser maravillosas. Es consecuencia de saltar muros, cada uno los suyos, unas veces físicos y otras veces interiores. Es consecuencia de cómo decía el proyecto, TRASPASAR FRONTERAS. En definitiva, estos veinte días se resumen en el consejo que nos dieron el primer día.
Son consecuencia de ese DESCÁLZATE.
De ese dejarse tocar y moldear.
De habernos dejado sorprender.
De tener la mente y el corazón abiertos.
De vivir las cosas desde las tripas, desde las entrañas.
De no poder ser indiferentes, de no poder girar la cara hacia otro lado.
De ensanchar el corazón hasta límites insospechados.
Son consecuencia de habernos quedado sin excusas.
Y cómo decía la canción:
“Arranca de mi pecho un corazón de piedra y pon en su lugar un corazón de carne”
Cristina Llorden

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