Recientemente estuve un mes en Oujda (Marruecos para apoyar la comunidad y la misión. Llevo ocho años trabajando con inmigrantes, la mayoría latinoamericanos, y esta experiencia me ha permitido tocar esta realidad desde otra perspectiva. Encontrarme con los subsaharianos que vienen desde Argelia con el deseo (la necesidad) de entrar en Europa en busca de una vida más digna para toda su familia, me ha hecho poner rostro y nombre a aquellos que oímos en las noticias. Para mí ya no son “inmigrantes llegados en un cayuco” o que han intentado saltar la valla: son Fredy, Hamidou, Souleiman, Gazza, Wury..
La misión me ha entusiasmado: tres mañanas a la semana los niños, cuyas madres piden en la calle, acuden al garaje de nuestra casa que se ha transformado en una “crèche”, una guardería.
La mañana comienza yendo a buscar a algunos con el coche. A otros los traen sus madres, cosa que se está intentando que hagan todas. Alrededor de diez niños/as de entre uno y cuatro años, acuden con ilusión y alegría. Me ha admirado cómo trabajan con estos niños, cómo tienen la mañana organizada en varios momentos: desde que llegan con un tipo de actividad y juguetes, el almuerzo tras lavarse las manos, un rato de juego con canciones, hasta que una música relajante les invita a cambiar a una actividad más sosegada. En ese momento se dividen en dos grupos: los “mayores” y los pequeños, con algo más propio de su edad. Antes de irse, se vuelven a juntar para un rato de familiarizarse con los libros. Cuando empiezan a cantar “à ramasser”, todos empiezan a recoger sus juguetes. Y todo esto hecho con un cariño e interés inmensos por cada uno y sus necesidades. Me llevo bien dentro a Oumar, Mondivo, Mariame, Fátima, David, Musa…
Algunas de sus mamás están recibiendo un curso de costura en la iglesia para poder comenzar a ganarse la vida sin necesidad de pedir.
Dos mujeres que ya saben coser, Aminata y Bernardette, los lunes y viernes por la mañana van al taller a hacer bolsas, llaveros, “bufs”, y todo lo que pueden hacer para vender y tener unos ingresos.
Dada mi inutilidad para la costura y mi cierta habilidad para otros trabajos, aprovechamos para lijar y pintar un armario y las paredes del almacén y del taller. Fue un buen momento de relación cordial con algunos chicos que colaboraron.
La iglesia acoge a todo el que llega y les ofrece alojamiento y comida. Algunos están pocos días, pero otros, debido a problemas de salud o de otro tipo, permanecen más tiempo. Algunos han conseguido hacer algún curso de cocina, repostería o electricidad. Estos estudiantes están en lo que llaman los apartamentos, mientras los demás duermen en lo que era un salón de actos. Por las tardes vamos a jugar con ellos al “ludo”, el parchís, en el móvil o en tablets, o a otros juegos de cartas. Esto da pie a conversaciones y risas, y a entablar una relación cordial con ellos. Así descubrimos con alegría, que dos de ellos eran antiguos alumnos del Sagrado Corazón de Yamena. Los viernes comemos cus-cus con todos ellos.
El día antes de venirme tuvimos un campeonato de ping- pong que creó un ambiente genial. Algunos no habían cogido una raqueta en su vida. Cuando se organiza algo, nunca se sabe cuántos van a acudir, pero lo importante es estar presentes, ofrecer y tener paciencia, porque aquí el tiempo lleva su propio ritmo.
Continué la tarea de Miren, y estuve ayudando a aprender a leer y escribir ¡en francés! a Hamidou, de Burkina Faso al que rompieron una pierna al intentar saltar la valla, y se está recuperando tras la operación. Para mí fue una gran satisfacción comprobar su interés y constancia, y un regalo que me hablara de su historia, su familia, sus deseos.
En el fin de semana se intenta hacer algo con los adolescentes: un día cada uno hizo su propia pizza y otro fuimos con ellos a un gran parque a comer, a andar y a jugar.
En la comunidad, con Rosa, María, y algunos días con Montse, me he sentido muy acogida, respetada y a gusto. He tenido una experiencia preciosa de lo que es vivir la misión común: buscar juntas, rezar juntas, repartir tareas, estar juntas todas con el mismo objetivo de ponerse al servicio de los demás. Es una comunidad especial, intercongregacional (Sagrado Corazón y Jesús María) e “intervocacional” por la presencia de una voluntaria laica (María). Para mí ha sido una gran riqueza.
Ha sido un tiempo muy intenso e interesante que agradezco como un gran regalo. Siento que he recibido más de lo que he dado. Una noche soñé que volvía…
Gracias Ana por tu experiencia, tan llena de sentido y vida