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Comentario de la liturgia

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domingo 4 de octubre

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por M. Luz Galván

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Evangelio: San Mateo 21, 33-43

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En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchad otra parábola: “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’.
Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’.
Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿Qué hará con aquellos labradores?».
Le contestan:
«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».
Y Jesús les dice:
«No habéis leído nunca en la Escritura:
“La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente”
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

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La viña es un tema bíblico recurrente y constante. En Israel, es un cultivo propio y abundante de la tierra, y por tanto una imagen fácilmente comprensible para la mente de los israelitas. La Sda. Escritura en el A. y N. Testamento la utiliza de muchas maneras. Se refiere a ella para señalar que el pueblo, su viña, es propiedad de Dios;(Salmo responsorial) aluden al cuidado solícito y al amor que Yahvé ha puesto en esa viña, (1ª Lectura) y que, en un exceso de confianza en la respuesta de los hombres, la ha confiado a la entrega y libertad de los viñadores haciendo un contrato, don gratuito, para que puedan sacar de ella los mejores frutos. Jesús, en Jn. 15, se sirve de la bellísima imagen de la viña para hacer comprender mejor la identidad de los discípulos y su íntima comunión con Él.

La narración de este evangelio nos sitúa en los tiempos finales de la vida de Jesús en la tierra. Va subiendo a Jerusalén, donde tendrá lugar su Pasión y muerte, y con esta parábola manifiesta una visión clara de lo que ha sucedido en Israel, esa viña del Señor y sucede ahora.

Si el domingo pasado el evangelio ponía el acento sobre la libertad de Dios para hacer el bien, contratando obreros en todas las horas, en el evangelio de hoy, Jesús en su parábola, denuncia la perversión de aquellos a quienes Él ha confiado su viña. Nos presenta la deslealtad y las intenciones torcidas de los viñadores. No buscan, fieles al encargo del señor, trabajar para que produzca, y ofrecer así al dueño frutos abundantes, sino que pretenden disponer por y para ellos mismos del fruto de la viña, al precio que sea. Los viñadores apalearon y mataron a los enviados del hacendado, los profetas. Incluso llegarán hasta el extremo: harán perecer al hijo, con la falsa ilusión de poder apoderarse y dominar del todo la viña confiada a su trabajo. Desconocen que Él es la piedra angular, que Dios ha puesto para traer la salvación y llevar a plenitud la vida de los hombres.

En nuestra meditación, podríamos hacernos dos preguntas importantes: ¿Cuál es la visión del mundo que tenemos en el corazón? El mundo no es “nuestro mundo”. Es la propiedad de Dios. La creación entera, el universo, cada uno de los seres creados, están confiados a nuestro cuidado, para que, según su diversidad, puedan dar sus mejores frutos. Y el fruto más pleno es la liberación del germen divino que habita en su interior y que está llamado a incorporarse plenamente a Cristo la piedra angular.

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