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Comentario de la liturgia

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domingo 3 de noviembre

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por Mariola López Villanueva RSCJ

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Evangelio: San Lucas 19, 1-10

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En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió en una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: <<Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa>>. Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: <<Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador>>. Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:<<Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más>>. Jesús le contestó: <<Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido>>.

[/vc_column_text][vc_column_text]EVANGELIO DIARIO 2019 – Edit Mensajero – Librería Claret[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Hay pasajes que agradecemos que estén en el evangelio porque cada vez que nos encontramos con ellos nos regalan una nueva oportunidad, como si pudiéramos recibirnos con lo mejor de nuestras vidas por estrenar.

Al igual que Zaqueo, pasamos temporadas en que lo que hacemos no nos deja buen sabor, y andamos con la sensación de estar disminuidos en nuestra talla humana, y entonces llega repentinamente su gracia: su mirada nos busca allí donde estemos subidos, su voz nos nombra, conociéndonos hasta el fondo, y su mayor deseo es ser el huésped principal de nuestra casa, tal y como la tenemos. ¡Qué sorpresa tan inesperada!… Zaqueo <<lo recibió muy contento>>, no se puso a mirarse a sí mismo, y a sus enredos, sino que se volvió enteramente hacia ese amor ofrecido sin condiciones, acogiéndolo como se recibe un regalo que no esperamos ; y fue en ese momento cuando pudo dejarse reconstruir y querer. Entonces todo exceso de culpa se desvanece, los temores dejan paso a una confianza sencilla y aquello que reteníamos se multiplica como don para los demás.

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