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Comentario de la liturgia

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domingo 20 de octubre

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por Mariola López Villanueva RSCJ

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Evangelio: San Lucas 18, 1-8

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En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso está parábola: <<Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara>>. Y el Señor añadió: <<Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?>>.

[/vc_column_text][vc_column_text]EVANGELIO DIARIO 2019 – Edit Mensajero – Librería Claret[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Cuando queremos a alguien estamos pendientes de cualquiera de sus movimientos, contestamos inmediatamente a sus mensajes y a sus más pequeñas insinuaciones; y su presencia alegra nuestro corazón.

En su ausencia, la mayor parte de lo que vivimos y vemos deseamos compartirlo con ella. A veces tenemos el lugar donde orar, podríamos sacar el tiempo, pero lo que se nos ha apagado es el deseo; ¡nos tienen tan ocupados las cosas de Dios! Jesús nos refiere a esa dimensión de la fe que es anhelo por su Presencia, deseo hondo de llevarle en todo. En estos tiempos veloces y saturados, la oración se nos vuelve, a la vez, indispensable y difícil. Sabiamente nos recuerda Madeleine Delbrêl que <<una madre no acuesta a su hijo mientras pela patatas. Un gran amor es casi siempre exclusivo: exclusivo porque no puede estar ausente de nada de la vida del amado, pero también porque quiere que algo de esa vida sea solo suyo. Sin oración, no amaremos a Dios con amor>>. La oración no es fruto de una exigencia, sino consecuencia de un amor extraordinario. Por eso no hay lugar, ni momento del día, en que el agua de ese amor no busque su cauce. 

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