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Comentario de la liturgia

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domingo 31 de octubre

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por Consuelo de Federico

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Evangelio: San Marcos 12, 28b-34

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En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

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Mi relación con Dios crece tanto a través de las enseñanzas de Jesús en la teología, en las sagradas escrituras, como a través de sus enseñanzas en mis experiencias cotidianas. 

Del evangelio de Marcos, en esta pregunta del escriba a Jesús, ante las 613 normas que regulaban la vida de un buen judío para seguir a Dios, planteaba: Pero de todo esto, ¿qué es lo más importante para estar con Dios? 

En el evangelio de san Juan se nos dice que, “A Dios nadie lo ha visto jamás”, que ya nos invita a hacer una reflexión distinta de cómo encontrar a Dios. 

Y en la primera carta de san Juan, se expresa que: “Quien dice que ama a Dios y no ama al prójimo es un mentiroso. Porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. 

Estos dos mandamientos que expone Jesús son una revelación y no admite excepciones: lo importante es un ÚNICO AMOR, como un ejercicio, como una actividad. No se puede quedar en la palabra de un precepto, sino que ese amor único a Dios, es amar haciendo el bien al prójimo. 

En mi experiencia cuando un alumno te expresa esta petición, que es también la mía: “Yo quiero ver a Dios, pero no sé cómo hacerlo porque nadie lo ha visto.” Mi respuesta es: déjame entrar en tu vida y ver tus manos cuando acarician a tus abuelos que son mayores, cuando tu mirada a tu madre te lleva a ofrecerte a ayudar en las tareas, y cuando abrazas con tu conversación al compañero que está solo en clase; ahí está Dios y entonces lo verás. 

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