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Comentario de la liturgia

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domingo 9 de octubre

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por Consuelo de Federico

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Soy Consuelo de Federico Bonera, coordinadora de pastoral del colegio Sagrado Corazón de Granada, y profesora de matemáticas y física. Agradezco a Dios que me bendice cada día, por todos sus dones, los más preciados son mis hijas trillizas: Teresa, Chelito y Carlota, y «mis niños mayores», que es como mis hijas llamaban a mis alumnos y alumnas. 

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Evangelio: San Lucas 17, 11-19

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Yendo él de camino hacia Jerusalén, atravesaba Galilea y Samaría. Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a cierta distancia y alzando la voz, dijeron: 
   —Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. 
  Al verlos, les dijo: 
   —Id a presentaros a los sacerdotes. Mientras iban, quedaron sanos. 
  Uno de ellos, viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies dándole gracias. Era samaritano. 
  Jesús tomó la palabra y dijo: 
   —¿No se sanaron los diez? ¿Y los otros nueve dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios, sino este extranjero? 
  Y le dijo: 
   —Levántate y ve, tu fe te ha salvado.

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Esta lectura del evangelio de Lucas, me ha recordado un día al recoger a una de mis hijas a la salida de clase en Infantil, en el que su profesora me dijo:  

«Espera, antes de que veas a Carlota tengo que contarte lo que ha pasado, pero ella está bien». Tengo que reconocer que un escalofrío me recorrió el cuerpo y ya sentía impaciencia por verla, antes de que me explicara nada. El hecho es que su compañero, y amigo de clase, en un arrebato por unos colores le había dado un mordisco en la cara, y ella apareció con todos los dientecillos marcados en su mejilla. Estaba compungida y dolorida, y yo le pregunté: ¿Qué ha pasado, es que tu compañero ha sido «malillo»? Mi sorpresa fue que ella me miró atónita y me respondio: «Noo mamá, sólo es travieso, pero no es malo». Lo que ella veía en su compañero no era el hecho aislado, sino a su amigo en sí, ella le ofrecía su amistad y él la tomaba. Al día siguiente, en clase, jugaban como siempre. 

La verdad es que tras ese comentario de mi hija, yo miré al cielo, y avergonzada pensé: Señor, gracias por recordarme el valor de las personas y por ello, todo lo que merecen. 

En este relato de Lucas, al acercarse estas diez personas a Jesús, Él, no hace un análisis rápido de cada uno de ellos: recaudador de impuestos, colabora con el diezmo, cumplidor de la ley, gentil, … Su mirada hacia ellos es limpia, sin prejuicios ni intereses propios, va al fondo de lo humano. Y escucha sus peticiones antes de hablar: »—Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros». 

En las preferencias del Corazón de Jesús están: el respeto a la vida y a la dignidad de las personas. Y admira la fe en ellas: «Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor, pero al que poco se le perdona, poco ama» (LC 7, 47). 

Los envía a presentarse a los sacerdotes y por el camino quedan sanados de la lepra. Y es el turno de la respuesta: nueve de ellos acogen, seguramente muy contentos, la curación y se van a cumplir los preceptos de la ley. Pero sólo uno de ellos, aprecia lo que Jesús le ha ofrecido: el reconocimiento del valor de su persona, de su dignidad, de no pasar de largo ante él. La mirada de Jesús actúa de forma transformadora sin dejar las cosas cómo están: perdona, levanta, invita, desafía… Y acoge lo que Jesús le ofrece verdaderamente. Es el único que no se queda sólo con la curación, sino que escoge la salvación. Pues más allá del signo externo de la curación, el valor interior de la fe, lo lleva hasta la salvación de Dios. 

Por eso espero, que el amor tierno y fuerte del Corazón de Jesús, nos conduzca a escoger la salvación que sólo Él puede darnos. 

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