[vc_row][vc_column][vc_column_text]
Comentario de la liturgia
[/vc_column_text][vc_column_text]
domingo 9 de abril
[/vc_column_text][vc_column_text]
por Dolores Aleixandre RSCJ
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]
Evangelio: San Juan 20, 1-9
[/vc_column_text][vc_column_text]
El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras, va María Magdalena al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro. Entonces corre adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dice:
—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salió Pedro con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Inclinándose vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Después llegó Simón Pedro, detrás de él y entró en el sepulcro. Observó los lienzos en el suelo y el sudario que le había envuelto la cabeza no en el suelo con los lienzos, sino enrollado en lugar aparte.
Entonces entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras, que había de resucitar de la muerte
[/vc_column_text][vc_single_image image=»11271″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]
Entra en el gozo de tu Señor
[/vc_column_text][vc_column_text]Cuenta el libro del Génesis que cuando Eva y Adán fueron expulsados del jardín, el Señor puso querubines y una espada llameante para custodiar el acceso al árbol de la vida.
El Evangelio de hoy tiene lugar en otro jardín: al amanecer del primer día de la semana, tres discípulos llegan corriendo al sepulcro donde yacía enterrado el cuerpo de Jesús, pero lo encuentran vacío y abierto.
El discípulo a quien Jesús quería tanto, deja entrar a Pedro y él se queda detenido en el umbral.
Quizá su aliento entrecortado debía sosegarse después de la carrera.
Quizá sus ojos tenían que irse acostumbrando a adentrarse en la penumbra.
Quizá su corazón herido necesitaba aún llorar la pérdida del Amigo.
Quizá no era consciente de que aquellas palabras – “Siervo fiel, entra en el gozo de tu señor “- , le estaban ahora dirigidas a él.
Cuando se decidió a entrar vio y creyó.
Y al rendirse a la ausencia ardiente de Aquel por quien se sabía tan amado, supo que estaba abrazando el Árbol de la Vida. [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
Me encanta la reflexión M. Alexandre. Cómo siempre brillante.
Gracias, desde Buenos Aires Argentina
Jesús, el árbol de la vida, el fruto que se vuelve comida de vida eterna