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Comentario de la liturgia

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domingo 8 de enero

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por Santi Torres

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Un payés en la ciudad. Trabajando en Cristianismo y Justicia, colaborando en la Fundación Migra Studium. Hago lo que puedo). Agricultor a ratos libres. Plantar y sembrar siempre. 

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Evangelio: San Mateo 3, 13-37

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Entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. 
  Juan se resistía diciendo: 
  —Soy yo quien necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? 
  Jesús le respondió: 
  —Ahora haz lo que te digo pues de este modo conviene que realicemos la justicia plena. 
  Ante esto Juan aceptó. 
  Después de ser bautizado, Jesús salió del agua y en ese momento se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Se escuchó una voz del cielo que decía: 
  —Éste es mi Hijo querido, 
   mi predilecto. 

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Antes de rezar, al inicio de la Eucaristía, en otros momentos importantes de la vida… acostumbramos a hacerlo en nombre “del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo”. Quizás no siempre somos conscientes de esta invocación, ya que la rutina puede con todo. El texto del evangelio de hoy nos invita, sin embargo, a contemplar hasta qué punto es ante la Trinidad como rezamos, celebramos y vivimos.  

Hay pocas escenas del evangelio que nos permiten esta contemplación y esta es una: el momento del bautismo de Jesús, uno de los pocos momentos en que “el cielo se abre”. 

Nuestro Dios no es un Dios solitario, es un Dios que es comunidad de amor; nuestra fe no es una fe estática de ritos y dogmas, sino una relación, una espiral constante de crecimiento en el amor.  

Esa es nuestra fe, lo otro un ejercicio ético bienintencionado y voluntarista. Somos cristianos porque la Trinidad da su “sí” a Jesús. Y a partir de allí una debe ser nuestra oración: que el Señor nos conceda entrar en esa dinámica de amor y poder algún día, ver el cielo abierto y oír su “sí” sobre nuestra vida.  

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