Comentario de la liturgia
domingo 8 de agosto
por Teresa Gomà
Evangelio: San Juan 6, 41-51
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Jesús, el pan de Vida, viene para llenar nuestra vida de sentido, nuestras manos de compromiso, nuestros brazos de abrazos y nuestros ojos de esa mirada que bendice a los demás.
Su presencia no nos cambia por arte de magia, sino que nos transforma a su imagen. Así, el mundo será cada día un poco más ese Reino con el que Dios soñó desde el primer día: fraterno, inclusivo, compasivo, justo.
Nuestro mundo hoy requiere de esa mirada, esos brazos, esas manos que sean pan, que den pan. Para que a nadie le falte ese sustento ni ese sentido, como expresa con tanta belleza Silvia Pérez Cruz en esta preciosa canción:
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