Mc 1, 7-11

Y predicaba así: 
   —Detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no tengo derecho a agacharme para soltarle la correa de sus sandalias. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. 
 
  En aquel tiempo vino Jesús desde Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se escuchó una voz del cielo que dijo: 
   —Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto. 

Acaba el tiempo de Navidad con la solemnidad del bautismo del Señor y la liturgia nos presenta este año el texto de Marcos. Es una de esas escenas del Evangelio que no podemos leer desde una ingenua literalidad del relato. Lo que a simple vista son hechos prodigiosos, en realidad son las claves que nos ofrece el evangelista para interpretar la escena en toda su hondura.  

El evangelista compone una escena que le va servir para presentar a Jesús como el ungido por Dios para ser Mesías liberador. Juan el Bautista anuncia que el bautismo que Jesús va a traer es superior al suyo. El bautismo de Juan en el Jordán es un rito externo que expresa el arrepentimiento y la ruptura con un pasado pecador. Mientras que Jesús no va a bautizar con agua, sino con Espíritu Santo; es decir, va a comunicar el aliento y la fuerza de Dios que transforma e inspira una nueva vida. 

A continuación, en una escena breve, pero llena de plasticidad y simbolismo, Marcos presenta el modelo de ese nuevo bautismo a través de la experiencia de Jesús.  

Jesús llega como uno más y es bautizado por Juan. Pero, hay una omisión en el texto que marca una gran diferencia: mientras todos se arrepentían de sus pecados para ser perdonados, no se hace ninguna referencia a esto en el caso de Jesús. Jesús no tiene que romper con su pasado porque no hay mal en él, no ha cometido injusticia ni causado daño a nadie. Por tanto, en su caso el bautismo evoca algo diferente.  

Uno de los varios significados del agua en el universo bíblico es el de lugar de muerte (el agua es vida, pero también provoca muerte y destrucción). Por tanto, sumergirse en el agua significa de alguna manera morir. Lo que para los demás es “morir” al pasado pecador, en Jesús es anuncio de su muerte en el futuro. Dicho de otra manera, al bautizarse Jesús asume el compromiso de entregar su vida por amor hasta la muerte. El “salir del agua” anuncia que recobrará su vida a través de la resurrección. 

En ese momento, Jesús experimenta dos cosas. Por un lado, el cielo que se rasga, una expresión de gran potencia; rasgar es abrirse de manera irreversible, lo que se rasga no puede volver a cerrarse. Es una manera de decir que en Jesús se ha abierto una vía de comunicación entre Dios y la humanidad que no se cerrará nunca. Ya no son necesarios los “mediadores profesionales”, ni los ritos o prácticas de pureza, la conexión con Dios es directa.  

La segunda experiencia de Jesús es el Espíritu que baja en forma de paloma. Por un lado, la paloma era conocida por la fidelidad a su nido. Por tanto, Marcos nos está diciendo que el “nido” del Espíritu es Jesús; en él se da la perfecta fusión ente Dios y la humanidad, en ese movimiento doble que lleva a Jesús a elevarse (salir del agua) y a Dios a abajarse (bajar hasta él como paloma).  

La respuesta de Dios ante el compromiso de Jesús expresado por su bautismo se completa con la voz en el cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he puesto mi favor”. Ser “hijo” en el mundo bíblico no significa solamente haber recibido la vida del padre, sino también ser como él, actuar como él. Es decir, la voz confirma que la entrega generosa de Jesús le hace semejante a Dios o dicho de otra manera, en Jesús se revela claramente la verdadera naturaleza de Dios, que es Padre y que da vida por amor. 

En síntesis, el de Jesús es el prototipo de lo que debería ser el bautismo cristiano. Puede ser bueno recordarlo cada vez que renovemos las promesas de nuestro propio bautismo: “muestra el compromiso positivo que a todos toca hacer, la adhesión a Jesús con la entrega de sí mismos a una misión como la suya, colaborando con él en la salvación de la humanidad” (Juan Mateos, 1993).  

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