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Comentario de la liturgia

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domingo 6 de febrero

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por Ana Martin-Peña

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Profesora de Secundaria en el colegio de Chamartin. Pertenece al equipo de interioridad y acción social

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Evangelio: San Lucas 5, 1-11

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La gente se agolpaba junto a él para escuchar la Palabra de Dios, mientras él estaba a la orilla del lago de Genesaret. 
  Vio dos barcas junto a la orilla, los pescadores se habían bajado y estaban lavando sus redes. Subiendo a una de las barcas, la de Simón, le pidió que se apartase un poco de tierra. Se sentó y se puso a enseñar a la multitud desde la barca. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: 
   —Boga lago adentro y echa las redes para pescar. 
  Le replicó Simón: 
   —Maestro, hemos bregado toda la noche y no hemos sacado nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes. 
  Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que fueran a echarles una mano. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. 
  Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo: 
   —¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador! 
  Pues el estupor se había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que habían pescado. Lo mismo sucedía a Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Jesús dijo a Simón: 
   —No temas, en adelante serás pescador de hombres. 
  Entonces, atracando las barcas en tierra, lo dejaron todo y le siguieron. 

[/vc_column_text][vc_single_image image=»9318″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]Hace algún tiempo una compañía de telefonía móvil española sacó un anuncio que reflejaba con extraordinario realismo el trepidante ritmo de actividades al que estamos sometidos en la sociedad occidental actual. Una chica joven montaba en un autobús de viajes interurbanos y, mirando pasar los árboles relajadamente por la ventana, pensaba «qué bien, un par de horitas de viaje, de tranquilidad, tiempo de reflexión y relajación para poder pensar en mis cosas…», pasaban unos segundos de silencio y, cogiendo el móvil de nuevo, decía, «Hala, ya he reflexionado», y se conectaba de nuevo a las redes sociales y la mensajería instantánea.  

En la lectura del Evangelio me llaman poderosamente la atención los «tiempos» del Señor. Cuántas veces Jesús se retiraba a orar, se sentaba despreocupadamente a enseñar a la gente o caminaba conversando tranquilamente con sus discípulos. Para las cosas de Dios no hay prisas. O no debería haberlas.  

Me imagino a Simón Pedro en esta escena. Cansado de un duro e infructuoso día de trabajo, con ganas de llegar a casa, y probablemente con la cabeza llena de las preocupaciones y tareas pendientes, Pedro se encuentra con Jesús. Casi sin quererlo, mientras recoge las redes, se deja envolver por sus palabras. Los «tiempos del Señor» le van haciendo mella en el corazón y de repente, Pedro confía. No le importa «perder el tiempo otra vez» y rema mar adentro para echar las redes. Y donde antes no había nada, ahora sobreabunda la pesca y sobreabunda la Gracia. Y donde antes solo estaban las tareas y los quehaceres, ahora cabe el estupor y la admiración por la obra de Dios. El tiempo se detiene porque se ha producido el encuentro.  Pedro se siente pecador, pequeño, desorientado. Solo desde ahí puede reconocer su vocación y aceptar su misión. «No temas, en adelante serás pescador de hombres».  

Señor Jesús, quiero que tú marques el tiempo de mi reloj. Quiero encontrarte en la intimidad y seguir tu ritmo pausado. Quiero dejar mi barca en tierra, llena de mis preocupaciones y mis prisas y dejarme sorprender por tu llamada.  

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