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Comentario de la liturgia

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domingo 5 de noviembre

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por Kike Pendás

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Físico y matemático. Estudiante de doctorado y perteneciente a las comunidades Mag+s y Hakuna. Apasionado de Jesús, cuanto más aprendo de Él más me cautiva: su mensaje es realmente un “evangelio”, una buena noticia para todos. 

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Evangelio: San Mateo 23, 1-12

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Entonces Jesús, dirigiéndose a la multitud y a sus discípulos, dijo: 
   —En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos. Lo que os digan ponedlo por obra, pero no los imitéis; pues dicen y no hacen.

Lían fardos pesados, [difíciles de llevar,] y se los cargan en la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo. Todo lo hacen para exhibirse ante la gente: llevan cintas anchas y borlas llamativas en sus mantos.

Les gusta ocupar los primeros puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que los salude la gente por la calle y los llamen maestros. 

Vosotros no os hagáis llamar maestros, pues uno solo es vuestro maestro, mientras que todos vosotros sois hermanos. En la tierra a nadie llaméis padre, pues uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni os llaméis instructores, pues vuestro instructor es uno sólo, el Mesías. 

El mayor de vosotros sea vuestro servidor. Quien se ensalza será humillado, quien se humilla será ensalzado. 

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Son tantas las veces las que Jesús critica la actitud de los letrados y fariseos, que merece la pena dedicar a este mensaje una especial atención. Debemos entender, en primer lugar, que para este grupo judío no hay nada más importante que la Torá (la ley judía, tradicionalmente atribuida a Moisés). Para ellos, la salvación es algo que se gana a pulso, a base de esfuerzo y sacrificio, cumpliendo en todo momento las normas de la ley de Dios. 

Jesús, en cambio, no cree que la abundancia de normas y preceptos ayuden más al hombre a relacionarse con Dios. Primero, porque el amante de las normas tiende a quedarse en la letra de la ley, sin profundizar en su espíritu: un fariseo podía ir a la sinagoga, como dictaba la norma, y quedarse completamente satisfecho recitando oraciones de memoria, sin dedicarle un momento de corazón a Dios. Y segundo, porque con la ley en la mano se puede criticar, condenar e incluso perseguir al que no vive como uno cree conveniente (así pasó con Jesús). De esta forma, mientras se centran en la ley, olvidan a Dios en todo lo demás: «Lían fardos pesados y se los cargan en la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo». En contraposición, en otro momento Jesús dirá: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y agobiados y yo os daré respiro […], pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). 

Pues bien, antes de que pienses que esto era un problema del judaísmo en tiempos de Jesús, ya superado por el cristianismo, te invito a pensarlo un momento. ¿Cuántas veces criticamos interiormente a los que no viven como nosotros? A los no creyentes o a las personas que, siendo creyentes, no participan regularmente de la eucaristía, por ejemplo. La realidad es que muchas personas siguen viendo la religión como una mala noticia. Quizás se sientan abrumados y desalentados por el peso de las exigencias, obligaciones, sacrificios… que se supone que deben cargar para relacionarse con Dios. Quizás, en el fondo, no estemos tan alejados de esos letrados y fariseos si nosotros mismos imponemos esas normas o nos creemos superiores por cumplirlas («quien se ensalza…»). 

El cristianismo nunca puede ser una carga; al revés, tiene que ser profundamente liberador. Quien va a misa pensando que es una obligación para tener contento a Dios, no ha captado el mensaje de Jesús y su actitud no es tan diferente a la de los fariseos, que «todo lo hacen para exhibirse […]. Les gusta ocupar los primeros puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas». 

Por eso, Jesús nos avisa: «No os hagáis llamar maestros […], ni os llaméis instructores». No impongamos cargas ni exigencias a quien quiera descubrir a Dios. Al contrario, al igual que Jesús, hablemos de la buena noticia del Reino. Del gozo, de la alegría, de la liberación de vivir dentro del abrazo de Dios, que te ama tal y como eres: con tus defectos, con tus virtudes, y hagas lo que hagas. Sin exigencias, sin reproches… El cristiano es, sobre todo, aquel que tiene la profunda conciencia de vivir en ese abrazo constante. Y entonces, ya no hay preocupaciones ni cargas, porque Dios te acompaña en todo. 

Esto sí es una buena noticia. 

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