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Comentario de la liturgia

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domingo 5 de febrero

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por Ana Martín Peña

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Profesora de Secundaria y Bachillerato en el colegio de Chamartín; pertenece al equipo de interioridad y acción social

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Evangelio: San Mateo 5, 13-16

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Vosotros sois la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá su sabor? Sólo sirve para tirarla y que la pise la gente.

  Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte.

  No se enciende un candil para taparlo con un celemín, sino que se pone en el candelero para que alumbre a todos en la casa.

  Brille igualmente vuestra luz ante los hombres, de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo.

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Seguro que hemos rezado innumerables veces con este texto de Mateo, pero su significado y su mensaje se nos presentan siempre nuevos, vivos, adaptados a nuestro momento vital.  

Hoy a mí me habla de un presente difícil, de una sociedad dividida, en crisis, crispada. Una sociedad que necesita sal y luz porque está llamada a dar fruto, y darlo en abundancia, pero que no encuentra horizontes a los que dirigir sus pasos.   

En esta realidad Jesús nos dice que somos la sal que puede dar sabor a la vida y la luz que debe alumbrar. ¡Qué responsabilidad tan grande!   

Hoy me preguntaba un amigo en la comida, si desde mi experiencia docente creía que los jóvenes de hoy están igual de preparados que los de hace unas décadas. Ante la crisis de la que hablaba antes, la tentación es decir que no. Que los jóvenes de hoy no están igual de preparados, que la formación académica ha bajado en calidad y exigencia, que las nuevas generaciones tienen menor resistencia a la frustración y no valoran el esfuerzo y la constancia. Tal vez, en líneas generales, esto sea cierto, pero los jóvenes de hoy tienen otros valores, están más preparados para las relaciones internacionales, para la cultura global, son solidarios y no se dejan atrapar por prejuicios. Son más tolerantes y tienen una mente más abierta. Ambas afirmaciones pueden tener algo de tópicas, y no dejan de ser fruto de una visión particular: la nuestra, la de cada uno.  

La sal y la luz del mundo no la ponemos nosotros, desde nuestras ideologías, carismas o creencias particulares. Es el mismo Jesús el que nos las da. El tiempo que vivimos, por ser tiempo del Reino, es kairós, es tiempo de salvación. Solo si ponemos nuestra vida en manos de Dios, si confiamos en que Él es quien marca los tiempos, ilumina las dificultades, y sostiene nuestras debilidades, nos haremos sal y luz para el mundo. Entonces tendremos una palabra de amor para los otros que nos abrirá horizontes nuevos.  

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