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Comentario de la liturgia
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domingo 5 de enero
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por Pilar de la Herrán
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Evangelio: San Juan 1, 1-5. 9-14
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Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella existía al principio junto a Dios. Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. La luz verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo. En el mundo estaba, el mundo existió por ella, y el mundo no la reconoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios: ellos no han nacido de la sangre ni del deseo de la carne, ni del deseo del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y Hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad.
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Al oír proclamar el prólogo de Juan nos parece que atruena. Pero en el fondo, la Palabra, Jesús, la pronuncia como un susurro.
Me han venido a la memoria los versos de Neruda:
“Para que tú me oigas
mis palabras se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas
en las playas”.
De tan suave se nos pasa por alto. Nos acerca a Jesús. La Palabra que nos ha mostrado el rostro de Dios es Jesús. No lo enviemos a las nubes. A Dios lo hemos domiciliado lejos, en el infinito, en un puesto de vigilancia. A Dios nadie lo ha visto nunca. No lo enviemos al olimpo de los dioses porque lo traicionamos. Sería un dios lejano, tremendo, vigilante, omni-todo, a quien hay que hacerse propicio. La Palabra nos habla en susurros: Jesús “venido en carne” ese es Dios. Él se ha hecho próximo, cercano, escándalo de lo cercano que está. “Vino a los suyos y los suyos y no lo recibieron”, nos recuerda Juan para hacernos realistas y humildes en la fe.
Tenemos embotada la sensibilidad y el corazón para acogerlo. Dios nos necesita para el Reino, para curar, sanar, consolar. ¿Somos capaces de recibirlo y ser hermanos del que ha nacido en Belén? ¿En nuestros belenes contemporáneos?: entre los últimos, los prescindibles, como Aquel que nació sin pena ni gloria. En Belén nos lo ha mostrado y pasa desapercibido. Como dice Josep Cobo, nos hemos convertido en “incapaces de Dios” Solo el Espíritu de Jesús puede desembotar nuestro corazón. Se lo pedimos hoy con especial humildad.
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