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Comentario de la liturgia

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domingo 31 de julio

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por Miyako Namikawa

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Evangelio: San Lucas 12, 13-21

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Uno de la gente dijo: 
   —Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. 
  Jesús le respondió: 
   —Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? 
  Y les dijo: 
   —¡Atención! ¡Guardaos de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes! 
  Y les propuso una parábola: 
   —Las tierras de un hombre dieron una gran cosecha. Él se dijo: ¿qué haré, que no tengo dónde guardar toda la cosecha? 
  Y dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros mayores en los cuales meteré mi trigo y mis bienes. Después me diré: Querido, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come, bebe y disfruta. 
  Pero Dios le dijo: ¡Necio, esta noche te reclamarán la vida! Lo que has preparado, ¿para quién será? 
  Así le pasa al que acumula tesoros para sí y no es rico a los ojos de Dios. 

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Hay expresiones en Castellano que me parecen muy sugerentes. Cuando se coge en brazos a un pequeño, quizá un recién nacido, a la gente le sale espontáneamente la expresión: ¡qué rico! 

Es para decir que el niño es hermoso, precioso, que despierta ternura; todo eso y más entra en el adjetivo « rico ». 

 Dice un padre de la Iglesia, que a los ojos de Dios, somos « recién hechos, acabados de hacer ». Entonces, muy probablemente, a los ojos de Dios podemos sabernos « ricos ». Así como dice el evangelio de hoy, no se trata de una riqueza de cosas que se van ahorrando y amontonando para guardar en el granero y disfrutar solo. Podemos ser « ricos » de otro modo; buscar la riqueza de la vida que nos ofrece Dios. 

Igual que lo es un recién nacido, en el sentido como lo diría Ignacio de Loyola, cuya fiesta se celebra hoy, somos felices y ricos en el sentido de que crecemos en amabilidad y conocimiento, para gloria de Dios, abiertos porque nos sabemos pequeños.  

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