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Comentario de la liturgia
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domingo 31 de enero
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por Gabriel Castillo
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Evangelio: San Marcos 1, 21-28
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Llegaron a Cafarnaún y el sábado siguiente entró en la sinagoga a enseñar. La gente se asombraba de su enseñanza porque lo hacía con autoridad, no como los letrados. Precisamente en aquella sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo, que gritó:
—¿Qué tienes contra nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Consagrado de Dios!
Jesús le increpó:
—¡Calla y sal de él!
El espíritu inmundo sacudió al hombre, dio un fuerte grito y salió de él.
Todos se llenaron de estupor y se preguntaban:
—¿Qué significa esto? ¡Una enseñanza nueva, con autoridad! Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.
Su fama se divulgó rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
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En los dichos de los padres del desierto se narra la historia de un hermano escita que cometió un día una falta. Los más ancianos se reunieron y enviaron a decir al abad Moisés que fuese. Pero él no quiso ir. El presbítero envió a uno para que le dijera: <<Ven, pues te esperan todos los hermanos>>. Y vino, tomó consigo una espuerta viejísima, la llenó de arena y se la echó a la espalda. Los hermanos, saliendo al encuentro le preguntaban: ¿Qué es esto, padre?>>. Y el anciano les dijo: <<Mis pecados se escurren detrás de mí, y no los veo, ¿voy a juzgar hoy los pecados ajenos?>>. Al oír esto, los hermanos no dijeron nada al culpable y lo perdonaron. Para ellos una señal evidente de que el alma no está todavía purificada es que no tiene compasión con los pecados del prójimo y lo juzga severamente. <<Cada vez que tapamos el pecado de nuestro hermano, Dios tapa también el nuestro. Y cada vez que denunciamos las faltas de los hermanos, Dios hace lo mismo con las nuestras>>. Para dar un fruto bueno es preciso desarmarnos, reconocer nuestras cegueras y avanzar con nuestra espuerta a la espalda por el camino de una bondad sin límites.
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