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Comentario de la liturgia

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domingo 30 de octubre

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por Fernando Orcástegui

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Soy maestro y licenciado en Ciencias Religiosas. Hace más de 30 años que empecé a trabajar en el colegio Santa Magdalena Sofía de Zaragoza, donde he sido profesor de Primaria y ESO y también coordinador de pastoral y director. Actualmente coordino el equipo de titularidad de la Fundación Educativa Sofía Barat. Me gusta decir las cosas con dibujos y escribir pequeñas infusiones para que el Evangelio nos caliente por dentro, nos serene, nos abra el apetito o nos estimule… 

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Evangelio: San Lucas 19, 1-10

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Entró en Jericó y la fue atravesando, cuando un hombre llamado Zaqueo, jefe de recaudadores y muy rico, intentaba ver quién era Jesús; pero a causa del gentío, no lo conseguía, porque era bajo de estatura. Se adelantó de una carrera y se subió a un sicómoro para verlo, pues iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo: 
   —Zaqueo, baja aprisa, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. 
  Bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. 
  Al verlo, murmuraban todos porque entraba a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: 
   —Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le restituyo cuatro veces más. 
  Jesús le dijo: 
   —Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. Porque este Hombre vino a buscar y salvar lo perdido. 

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Los evangelistas, aunque no habían estudiado técnicas de publicidad ni comunicación, sabían que para que la gente interiorice un mensaje es necesario repetirlo muchas veces y, si es posible, utilizando diferentes medios. Esto es lo que hace Lucas con uno de los ejes teológicos de su evangelio: la salvación que Jesús anuncia tiene un alcance universal, Dios no hace acepción de personas, su amor y su misericordia no tienen límites. 

Como además este mensaje no era fácil de aceptar por la gente religiosa de su tiempo, Lucas lo repite machaconamente en forma de parábola, discurso o ejemplos personales. La historia de Zaqueo ejemplifica que “Jesús no ha llamado a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan” (Lc 5,32). 

El protagonista era recaudador de impuestos, una actividad que ponía de relieve como ninguna otra la humillación que suponía la ocupación extranjera de Israel. Sus conciudadanos lo consideraban un traidor y su oficio lo convertía en impuro, alguien intocable que traspasaba su inmundicia a todo aquello que tocaba. El evangelista, no exento de ironía, le asigna el nombre de Zaqueo que significa precisamente “el puro”. Además, era rico… uno de esos que inspiran el ejemplo del camello y la aguja (Lc 5,25). El origen de su riqueza era esa especie de estafa piramidal que era el cobro de impuestos: cuanto más alto estabas en el escalafón más te forrabas a base de extorsionar a los pobres. Y él era jefe de recaudadores, así que robaba mucho.  

No es de extrañar que Lucas señale que Zaqueo era de “pequeña estatura”… moral, podría haber añadido, ya que su riqueza le impide “dar la talla” en humanidad. Pues bien, ese hombre impelido por una fuerza interior o tal vez solo por curiosidad, quiere ver a Jesús. Para ello, se le ocurre subirse a una higuera. Él pensaba que para relacionarse con Jesús había que “subir”, sin embargo Jesús le invita a “descender”, es decir, a identificarse con esa gente humilde a la que él ha tratado tan injustamente. 

El evangelista narra entonces un encuentro personal hecho de miradas. Zaqueo que quiere ver a Jesús y Jesús que levanta la mirada para ver a Zaqueo. Y es la mirada de Jesús la que lo cambia todo, porque donde otros ven una sanguijuela o un monstruo, Jesús ve a la oveja perdida o al hijo que ansía volver a casa.  

Jesús, sin hacer caso a las críticas ni a las habladurías de los que murmuran horrorizados, entra en la casa y, lejos de contraer la impureza del recaudador, es éste el que recobra su dignidad. Y sin que Jesús se lo pida, sin que medie exigencia alguna, solo por el mero contacto personal con Jesús que transforma el mal en bien, se desembaraza del peso de las riquezas que le impiden entrar en la esfera del Reino de la fraternidad universal.  

Queda clara la insistencia de Lucas: la mirada de amor de Jesús alcanza a toda la humanidad y no depende de los propios méritos ni mucho menos del cumplimiento de ritos y leyes. Y si bajamos con él a donde la gente vive, ama y sufre, alcanzaremos nuestra verdadera estatura humana.

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