[vc_row][vc_column][vc_column_text]

Comentario de la liturgia

[/vc_column_text][vc_column_text]

domingo 3 de octubre

[/vc_column_text][vc_column_text]

por Lourdes Carrasco

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Evangelio: San Marcos 10, 2-16

[/vc_column_text][vc_column_text]En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»

Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»

Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»

Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»

Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.[/vc_column_text][vc_single_image image=»8944″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

CON LA MIRADA DE UN NIÑO

Cada mañana al despertar a mi hija pequeña, esta me dice: “mamá, no enciendas todavía la luz que me molestan los ojos” y con esa frase cada día me recuerda, la sensibilidad, vulnerabilidad y pureza de un ojo nuevo, de una mirada sana.

El evangelio de este domingo termina resaltando la figura de los más pequeños, un mensaje que cala con fuerza en una sociedad donde cada vez más, se está instalando la “niñofobia”. Nos molestan los ruidos habituales de los pequeños de la casa, sus risas, sus tropiezos pero sobre todo, la necesidad que nos exige a quienes los rodeamos, de salir de nuestra zona de confort. Nos aprieta e incomoda compartir nuestro tiempo, nuestra vida y sentir que aquellos veinte años donde el “yo” era nuestra única preocupación, ahora se convierte en “nosotros”. Alejamos a los niños de nuestro lado, porque nos gana la batalla la comodidad, la inmediatez, la economía, el ocio individual, el reconocimiento laboral… y tantas otras cosas, que en muchas ocasiones hemos decidido en nuestra sociedad, que son incompatibles con los niños. Pero, ¡cuánta falta nos hace acercarnos a la mirada de un niño! A esos ojos nuevos que todos un día tuvimos. Los niños nos recuerdan, que nunca es tarde para recuperar esa mirada, nunca es tarde para volver a mirar, para vivir con “miradas que abrazan”, como dice algún lema de los coles de nuestra Fundación.

Traer al presente el concepto de divorcio con este evangelio, tal y como lo conocemos hoy, es ventajista y quizás algo pobre. Necesitamos mirar en la profundidad de una sociedad pasada, basada en la desigualdad entre el hombre y la mujer, donde los derechos y las obligaciones marcaban una distancia abismal entre los dos géneros. Jesús resalta la unidad, la igualdad, el concepto de FAMILIA. Ya no son dos sino una sola carne, dice el evangelio. Ojalá nuestro reto sea limpiar nuestra mirada,  acercarnos a la unidad y alejarnos de la desigualdad, encabezar el nosotros y desechar el individualismo, recuperar una mirada tierna, abierta y acogedora que no hace distinción porque solo entiende la vida desde el AMOR. 

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Ir al contenido