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Comentario de la liturgia

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domingo 29 de septiembre

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por Mariola López Villanueva RSCJ

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Evangelio: San Lucas 16, 19-31

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En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: <<Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día . Y un mendigo llamado Lázaro estaba echando en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros. El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento. Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen. El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán. Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite a un muerto>>.

[/vc_column_text][vc_column_text]EVANGELIO DIARIO 2019 – Edit Mensajero – Librería Claret[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Los lázaros de nuestro mundo se acercan en caravana a tocar a las puertas de los países ricos buscando nuestros trabajos sobrantes, aquellas migajas que caen de nuestras mesas.

Nos hemos acostumbrado demasiado a saber que están, a mirarlos en los medios de comunicación sin verlos realmente. Nos dicen el número, pero no con sus nombres, si el tremendo sufrimiento que hay detrás. En el evangelio es al revés: mientras que el hombre rico no tiene nombre, Lázaro sí. Necesitamos conocer las historias y los dolores de aquellos que viven en la escasez y en la precariedad, frente a sociedades saciadas y sobrealimentadas. Si no actúo, si no soy capaz de reconocer que esos rostros necesitados tienen que ver conmigo, se me pasará la oportunidad de ser agraciado por ellos ¿Cómo habría acabado esta historia si el hombre opulento hubiera abierto su mesa a la riqueza inmensa que, sin saberlo, Lázaro le traía? El profeta Amós subraya la causa de nuestra ceguera: <<No os doléis de los desastres de José>>. Crecemos en humanidad cuando nos dolemos de la situación de los otros y comprometemos nuestros dones y bienes en aliviarla. 

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NUNCA ES TARDE (Antonio Murciano)

Este que hoy ves aquí, ya de regreso, náufrago de sí mismo a la deriva, el de la mano un día vengativa, el porque sí rebelde, el loco obseso; este que ves aquí, en carne y hueso, en mentira y en verdad, en alma viva, el que escupió en tu rostro su saliva, el que se fue de ti, el que hizo eso; el que su vida te cerró con llaves, el renegado, el que cumplió condena, ese soy yo, que he vuelto con las aves. Te perdí en el gozar, te hallé en la pena. Tarde te hallé, Señor, pero tú sabes que nunca es tarde si la dicha es buena.

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