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Comentario de la liturgia

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domingo 28 de mayo

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por Esperanza Calabuig

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Evangelio: San Juan 20, 19-23

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Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: 
   —Paz con vosotros. 
  Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. 
  Jesús repitió: 
   —Paz con vosotros. Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros. 
  Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: 
   —Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos. 

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Es curioso que, lo primero que dice el texto, es que los discípulos estaban con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hace cargo, comprende su actitud y se presenta en medio de ellos con palabras sanadoras: “la paz sea con vosotros”. Esa frase se repite en casi todas las apariciones que narran los evangelistas. Su presencia y sus palabras parece que los sanaron del inmenso miedo con el que quedaron al ser testigos de la pasión y muerte de Jesús. La verdadera prueba de la resurrección es la transformación que sucedió en ellos: salieron, predicaron, se arriesgaron a desobedecer a los sumos sacerdotes, los tomaron presos una y otra vez, pero no callaron. Nosotros ahora, también tenemos miedos. Ante este mundo, esta sociedad donde parece que el mal triunfa sobre el bien, nuestro miedo a veces nos paraliza: ¿para qué vamos a anunciar, a evangelizar, si nadie quiere escuchar? ¿para qué nos vamos a esforzar en ser coherentes con el evangelio si a nadie le interesa?; el miedo puede bloquearnos…Solo el encuentro con el Resucitado nos puede sacar de ello y hacernos ver que tenemos la luz y la fuerza que Él nos da para iluminar este mundo y poner de relieve las fuerzas de bien que tiene en sí mismo y a las que podemos y debemos sumarnos y así poner de relieve la bondad y la compasión de que es capaz el ser humano. Pidamos para que Él sepa entrar ¡¡aunque tengamos las puertas cerradas!! 

Y los envía dándoles el Espíritu Santo: a ellos, a los miedosos, a los encerrados, los envía como el Padre lo envió a Él. Y además los hace cómplices de su capacidad y decisión para perdonar pecados, cómplices de su misericordia. No solo cómplices, sino mediadores de su perdón… a ellos y a ellas que estaban en el cenáculo. El perdón sacramental la Iglesia lo ha depositado en los presbíteros, pero el perdón que somos capaces de dar todos, a imagen del Corazón de Dios, se nos confía a cada uno y cada una, ya que somos poseedores (as) del Espíritu. Él nos habita y nos habilita para comunicar el amor de su Corazón a todos y todas las que nos rodean. Él nos envía, nos sostiene, nos apoya, nos empodera, nos da el arrojo, nos ilumina, nos llena de gozo, y nos ayuda a liberar todo el amor y la misericordia que Él mismo nos contagia.¡Es cosa de descubrir al Resucitado!  

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