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Comentario de la liturgia

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domingo 28 de junio

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por Ana María Menéndez

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Evangelio: San Mateo 10, 37-42

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Quien ame a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; quien ame a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí.
  Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la conservará.

  Quien os recibe a vosotros a mí me recibe; quien me recibe a mí recibe al que me envió.
  Quien recibe a un profeta por su condición de profeta tendrá paga de profeta; quien recibe a un justo por su condición de justo tendrá paga de justo.
  Quien dé a beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su condición de discípulo, os aseguro que no quedará sin recompensa.

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El evangelio de hoy nos habla de Amor, de un Amor que nos descoloca y nos orienta de otro modo, de un Amor así, con mayúsculas, hecho de entrega y acogida, que nos abre a la vida plena, a la vida que se derrama porque una vida cerrada en sí misma no merece llamarse vida.

Amor que resitúa: el amor de/a Jesús hace que todo lo demás encuentre su lugar, que quizá no es el que habíamos elegido, o quizá sí, solo es posible saberlo poniendo en el centro lo que es realmente fundamento y así todo lo demás toma su verdadera dimensión. Las palabras de Jesús suenan duras, nos despiertan de letargos e inercias. Quizá despierten preguntas en nuestro corazón: ¿Cómo vivo el seguimiento? ¿Y mi vida? ¿Dónde sitúo mi centro?

Amor que ensancha: abre el corazón a recibir, a recibir a todo el que viene, a reconocer su dignidad, a acogerlo con sencillez, da lo mismo si es profeta, justo o pequeño; aquel que llega a nuestra puerta está apelando a quienes somos y si tenemos a Jesús como compañero, guía y horizonte, aprenderemos a dar agua fresca al sediento, a compartir un trozo de vida con quien se aproxime porque reconoceremos en él o ella la dignidad que también existe en cada uno de nosotros, la dignidad de hijos Dios y aprendices de discípulos.

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