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Comentario de la liturgia

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domingo 27 de marzo

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por Victoria Juncadella y Oriol Hosta

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Matrimonio con trayectoria social vinculados a proyectos RSCJ como el Proyecto Educativo Bantabá de Almería

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Evangelio: San Lucas 15, 1-3. 11-32

[/vc_column_text][vc_column_text]Todos los recaudadores y los pecadores se acercaban a escucharle, de modo que los fariseos y los letrados murmuraban:
   —Éste recibe a pecadores y come con ellos.
  Él les contestó con la siguiente parábola: 

   —Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde. Él les repartió los bienes.
  A los pocos días, el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su fortuna viviendo como un libertino. Cuando gastó todo, sobrevino una carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad.
  Fue y se puso al servicio de un hacendado del país, el cual lo envió a sus campos a cuidar cerdos. Deseaba llenarse el estómago de las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitando pensó:
   —A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: He pecado contra Dios y te he ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros.
  Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó.
  El hijo le dijo:
   —Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo.
  Pero el padre dijo a sus criados:
   —Enseguida, traed el mejor vestido y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado.
   Y empezaron la fiesta.
  El hijo mayor estaba en el campo. Cuando se acercaba a casa, oyó música y danzas y llamó a uno de los criados para informarse de lo que pasaba.
  Le contestó:
   —Es que ha regresado tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo.
  Irritado, se negaba a entrar.
   Su padre salió a rogarle que entrara.
  Pero él respondió a su padre:
   —Mira, tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos. Pero, cuando ha llegado ese hijo tuyo, que ha gastado tu fortuna con prostitutas, has matado para él el ternero cebado.
  Le contestó:
   —Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Había que hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. [/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

¿La parábola del hijo pródigo?  Pregunté. 

“Y el padre misericordioso”, me respondió Pilar, después de invitarnos a hacer este comentario. 

 Con su respuesta, queda resumido el mensaje de este evangelio: compadecerse con corazón.  A los que juzgamos como los letrados y los fariseos, Jesús nos cuenta esta historia para ayudarnos a bajar los escalones de la superioridad moral que nos encasilla y no nos deja entender con perspectiva la revolucionaria definición del amor real.  

 En la historia se nos iguala de antemano al prójimo. Somos hermanos de aquellos que veíamos tan lejanos.  

¿Y qué ofrece un padre o una madre? Es más sencillo y menos injusto de lo que parece: nos quiere a los hijos en función de nuestras necesidades. Ese amor es sinónimo de fiesta y no se mide con la vara de la igualdad. El Amor de Dios es mucho más; es el enternecimiento por el acierto y la valentía de volverse a levantar, y porque somos hijos. 

¿De qué sirve cumplir siempre si luego juzgaremos al que no lo hace? En ese supuesto no habríamos entendido lo practicado anteriormente por inercia. Jesús no nos quiere buenos ni correctos y mucho menos si eso nos convierte en amos de la moral. Jesús nos quiere iguales, humanos y fieles a lo que somos. Él aspira a que estemos desprendidos de privilegios y esa utopía actúa de horizonte para ir bajando escalones hasta tocar de pies al suelo, con una mirada atenta y horizontal que nos abre el corazón a la misericordia. Es Padre- Madre. 

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