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Comentario de la liturgia

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domingo 27 de junio

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por Alejandra de la Riva

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Evangelio: San Marcos 5, 21-43

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En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: «¿quién me ha tocado?»»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

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Aunque son muchos, densos y preciosos todos los gestos que surgen de este texto del Evangelio de Marcos, hoy me gustaría que nos detengamos en dos y dejarnos empapar por ellos.

 El texto relata sobre una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias sin haberse podido sanar a pesar de haber pasado por varios médicos, pero que “al escuchar hablar de Jesús” no dudó en ir a verlo y tocarle el manto. Esta mujer va a ver a Jesús porque escucha hablar de él. Lo primero que me viene preguntarme es ¿que habrá escuchado de Jesús para salir corriendo a su encuentro? Habrá sido, no menos, que tener la capacidad de sanar aquello que nadie más puede sanar, que trasciende toda ciencia y todo entendimiento. Y desde aquí es inevitable que cada uno nos preguntemos ¿qué dice mi vida de Jesús? ¿Habla de un Jesús sanador, Jesús médico, Jesús espacio donde los demás pueden encontrar alivio? ¿Qué dice mi vida de él?  

El segundo gesto que me invitaba a detenerme es escuchar a Jesús preguntando “¿Quién me ha tocado el manto?” En medio del gentío que lo apretujaba se detiene a preguntar por alguien que lo ha tocado, seguramente de un modo distinto a como lo hacía el resto, pues Jesús siente una fuerza que sale de él y que será suficiente para que la mujer quede curada. Esta escena muestra a un Jesús que va descubriendo y aprendiendo a percibir este algo que va más allá de lo verbal o de lo evidente, descubre su capacidad para percibir y escuchar aquello que se nombra desde las profundidades de la vida, donde anidan nuestros dolores y sufrimientos más íntimos, aquel espacio donde solo tenemos acceso nosotros y el oído de Jesús. Pero, ¿cómo está mi fe? ¿Creo realmente que Jesús escucha los sufrimientos que llevo dentro? ¿Voy a buscarlo para abrirlos ante él con sinceridad y confianza? ¿Cuido estos espacios donde conversar a solas con Jesús para expresarle desde dentro todo eso que abate mi corazón con la confianza y la esperanza de que él lo escucha todo, lo sana, lo cura y renueva todo? Pues, independiente de lo que lleves dentro, él te dirá: “No temas, basta que tengas fe”.

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