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Comentario de la liturgia
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domingo 27 de febrero
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por Alejandra de la Riva, novicia Sagrado Corazón
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Mi nombre es Alejandra, soy boliviana y resido en España desde hace varios años. Soy novicia del Sagrado Corazón de Jesús desde enero de este año en Chicago. Amante del silencio, la naturaleza, de las personas y el deporte. Buscadora de la Verdad. Seguidora y apasionada por Jesús desde hace pocos años, aprendiendo de su modo de amar que es liberador y sanador, posiblemente porque toca mi historia de salvación, mi profesión (soy médico) y el gran deseo/llamada de ayudar a recobrar la salud integral de las personas. Me encanta el café, el queso y el chocolate negro.
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Evangelio: San Lucas 6, 39-45
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Y añadió una comparación:
—¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?
El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que lleva tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ¿Hermano, déjame sacarte la mota de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás distinguir para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano. Por los frutos distinguís cada árbol. No se cosechan higos de las zarzas ni se vendimian uvas de los espinos.
El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro interior bueno; el malo saca lo malo de su tesoro malo, porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
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Al rezar con este pasaje de Lucas, merece la pena caer en la cuenta del modo de enseñar de Jesús, no es un modo adoctrinante, es un modo sencillo que ayuda a las personas a conectar con lo más profundo y real de sus vidas, y tocar su centro.
Utiliza una sencilla parábola de los ciegos y nos hace dos invitaciones importantes: mirar nuestra vida interior y vivir en humildad. Con ceguera, y entre ciegos, caemos en el hoyo, necesitamos del maestro. Con este pasaje nos anima a reconocer que necesitamos de otros, no solo para comer o vivir (y la pandemia ha puesto claramente de manifiesto esta interrelación e interdependencia de unos con otros), sino también en el proceso de descubrimiento de quiénes somos. Necesitamos recibir la Luz y el Agua de su Palabra, pero también, el agua de personas que nos quieran y que nos hablen con verdad para que nuestro árbol siga creciendo y madurando.
La importancia de cuidar nuestra vida interior se refleja en la segunda parábola que Jesús utiliza, la de los frutos: “No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano”. Aunque nos empeñemos en ser personas de buen sabor, agradables, jugosas, nutrientes y favorecedoras de vidas; alegres, positivas, bendicientes, felices, plenas, etc., si no cultivamos nuestra tierra con los nutrientes que otros nos ofrecen, si no regamos nuestra raíz con el Agua de su Palabra, si no cuidamos nuestras ramas y hojas, aunque algunas (o muchas) veces sea necesaria una dolorosa poda para que el Misterio actúe en nosotras, nos quedaremos secas, pequeñas, solas, impidiendo que su Savia fluya por toda nuestra vida para reverdecer nuestro mundo.
Merece la pena dedicar un tiempo a tocar nuestra tierra y detectar el grado de hidratación que tenemos, así como prestar atención al sabor de nuestras palabras, preguntándonos: ¿De qué fuentes de agua estoy bebiendo hoy? ¿Qué sabor tienen mis palabras y mis gestos?
Jesús nos invita a mirarnos cada día con más claridad y con más amor, como él nos mira, y a saborear las delicias del Misterio que nos habita.
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