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Comentario de la liturgia

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domingo 27 de agosto

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por Ana Martín Peña

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Ana es profe de Secundaria y Bachillerato en el colegio de Chamartín; pertenece al equipo de interioridad y acción social 

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Evangelio: San Mateo 16, 13-20

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Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe, preguntó a los discípulos: 
   —¿Quién dice la gente que es este Hombre? 
  Ellos contestaron: 
   —Unos que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías o algún otro profeta. 
  Él les dijo: 
   —Y vosotros, ¿quién decís que soy? 
  Simón Pedro respondió: 
   —Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. 
  Jesús le dijo: 
   —¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre del cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá. 
  A ti te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. 
  Entonces les ordenó que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

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Hay cosas que no se pueden conocer. 

Las abisales profundidades del océano; los confines del universo; el futuro que está por venir; el misterio de la vida y de la muerte. Podemos investigar, avanzar en el desarrollo de saberes científicos, elucubrar sobre el futuro… pero nuestro conocimiento siempre será limitado e impreciso. Y a pesar de ello, está bien que nos esforcemos y que busquemos respuestas. Pero si no incluimos a Dios en esas búsquedas, si no dejamos que, como a Pedro, el Espíritu ilumine nuestros caminos, nunca llegaremos a la Verdad. “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás…!”  

Hay cosas que no se pueden ocultar. 

El amor de una madre que se desvive por su hijo; el sol en un día despejado; la satisfacción y el orgullo por un trabajo bien hecho… el encuentro personal con Jesús. Cuando Jesús irrumpe en nuestra vida, la vida del creyente se transforma, se hace más honda, más real, más plena… más Vida. Nos reconocemos como instrumentos de Dios y sabemos que nuestras acciones construyen Reino. Nos encontramos en la tesitura de Pedro: “Lo que ates en la tierra…”  

Tras la lectura del evangelio de hoy brota en mí el agradecimiento y la necesidad de seguir pidiendo: 

Gracias por el don de la fe; gracias por las personas que se preguntan, que ponen en Dios su fortaleza y que confían; gracias por los miles de jóvenes que este año se han reunido con el Papa, procedentes de los más diversos lugares, para responder a la pregunta que Jesús nos formula cada día: “Y vosotros ¿quién decís que soy?”. Que sean muchos y muy buenos los frutos de este encuentro.  

Danos, Señor, un corazón abierto a la acción del Espíritu para que podamos decir con Pedro “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Danos sabiduría, fortaleza, entendimiento y mansedumbre para que nuestras pequeñas acciones construyan tu Reino. Y sobre todo, Señor, danos tu presencia, tu amor y tu gracia, que esta nos basta.  

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