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Comentario de la liturgia

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domingo 26 de abril

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por Mª Luz Galván

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Evangelio: San Lucas 24, 13-35

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Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, distante a unas dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo.
Él les preguntó:
— ¿De qué vais conversando por el camino?
Ellos se detuvieron con semblante afligido, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo:
— ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que desconoce lo que ha sucedido allí estos días?
Jesús preguntó:
— ¿Qué cosa?
Le contestaron:
—Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo.
Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
¡Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel!, pero ya hace tres días que sucedió todo esto.
Es verdad que unas mujeres de nuestro grupo nos han alarmado; ellas fueron de madrugada al sepulcro, y al no encontrar el cadáver, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles asegurándoles que él está vivo.
También algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como habían contado las mujeres; pero a él no lo vieron.
Jesús les dijo:
— ¡Qué necios y torpes para creer cuanto dijeron los profetas! ¿No tenía que padecer eso el Mesías para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él.
Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y él fingió seguir adelante.
Pero ellos le insistieron:
—Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída.
Entró para quedarse con ellos; y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.
Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Se dijeron uno al otro:
— ¿No se abrasaba nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?
Al punto se levantaron, volvieron a Jerusalén y encontraron a los Once con los demás compañeros, que decían:
—Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo
habían reconocido al partir el pan.

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De nuevo la liturgia estalla en un grito de júbilo. Permanecer en la alegría, y actualizarla, en medio de las dificultades de la vida presente, es un signo claro de que la Iglesia, cada cristiano, ha acogido en la fe a Jesús muerto y resucitado, y permanece y encuentra en él, la fuente inalterable de su vitalidad y su gozo. Dice Teresa de Jesús, en esa bellísima poesía que comienza: «Oh hermosura que excedéis a todas las hermosuras…» en la segunda estrofa:

¡Oh ñudo que así juntáis dos cosas tan desiguales! no sé por qué os desatáis, pues atado fuerza dais a tener por bien los males.

Esa es la experiencia del creyente. Así afirma Pablo: “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” Rom. 8,28. Humanamente tememos el mal, todo aquello que nos trastorna y desconcierta, pero por la fe conocemos que todo contribuye a la salvación. La alegría permanece, está siempre disponible, porque el Resucitado nos ha introducido en esa dimensión de la vida que perdura, en la que todo se reconcilia en la benevolencia amorosa de Dios. El encuentro con el Resucitado abre al discípulo a ver las cosas en una perspectiva nueva, e ilumina el entendimiento y enciende el corazón para descubrir y gustar la Palabra que descifra los enigmas que podrían ensombrecer su horizonte. Esa es la experiencia de los discípulos de Emaús, y a través de ellos de la comunidad de discípulos.

Que Él nos disponga para descubrir, en medio de esta situación crítica de la humanidad, los bienes con los que Dios está dispuesto a enriquecernos por medio de su Espíritu. Y nuestra alegría será indestructible.

 

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