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Comentario de la liturgia

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domingo 24 de mayo

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por Alejandra de la Riva

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Evangelio: San Lucas 28, 16-20

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Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron.

  Jesús se acercó y les habló:
   —Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.

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Cuando me pidieron comentar este evangelio, confieso que mi primera reacción no fue de mucha ilusión y me dije “no es un pasaje que me mueva las entrañas de buenas a primeras” … así que comencé más bien un ejercicio mental, y recordaba que es un texto teológicamente importante para fundamentar cómo y en qué consiste la misión que encarga Jesús a sus discípulas, y a todas las que hoy nos consideramos una de ellas.   

Pero con el pasar de los días, fui cayendo en la cuenta de que acercarse a su Palabra, acercarse a Jesús, no presupone solo nuestra parte más sensible o de entrañas, ni tampoco es solo un ejercicio mental o racional… y mucho menos que esto sea algo que podamos controlar por voluntad propia. Acercarnos a Jesús, a su Palabra, más bien pide sinceridad con una misma para poner la vida delante, entera, tal cual es, tal cual está, con lo que tiene de brotes y de desierto, con agua rebosante o sequedad… donde el gesto que más exprese lo que vivimos pueda ser ponernos rostro en tierra para adorarlo o dudar. Porque no se trata de que hablemos, sino de que él hable. Sea como sea que estemos, es su Palabra la que nos invita a salir y concretarla, ponernos en camino para anunciar un Reino de pies y manos, donde cuidar unos de otros y que celebrar la vida juntos, sea nuestro modo de bendecir. 

No tengas miedo de acercarte a Él tal y como estas, de ponerte en camino y darte entera. No tengas miedo de amar con todo lo que eres. Él va siempre contigo.

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