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Comentario de la liturgia
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domingo 23 de mayo
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por Miyako Namikawa
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Evangelio: San Juan 20, 19-23
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AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
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Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, que está yuxtapuesta sobre la fiesta judía de agradecimiento por la cosecha. La Iglesia celebra el fruto del don del Espíritu, la experiencia fundamental que cambia a los discípulos desalentados y dispersos. Gracias al don del Espíritu, son congregados de una manera nueva en Jerusalén para vivir el acontecimiento de Jesús resucitado, siendo ellos mismos portadores del amor de Dios.
Las palabras de Jesús: « Recibid el Espíritu Santo », nos recuerdan la escena del bautismo donde Jesús recibe el Espíritu. Es una poderosa experiencia: recibir el Espíritu Santo.
Jesús les dice: « Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo ».
Cada uno de nosotros, como Jesús, somos enviados por el Padre, y eso implica ser portadores de la paz que nos otorga Jesús. Y el texto prosigue: « A quienes perdonéis los pecados… ». En este texto del evangelio de Juan, la paz está concatenada con la unión más fundamental de Jesús con el Padre y su envío de vivir la buena noticia, que a su vez se realiza en la capacidad de perdonar. Un poco como si fuesen círculos concéntricos: el Padre, Jesús, Espíritu, paz, envío, perdonar.
Perdonar… deshace, quita, retira, supera obstáculos en nuestras relaciones personales. Es el primer paso necesario para vivir la paz con el otro. Es algo dicho tan simplemente, pero que toca nuestros sentimientos que a veces son bastante complejos. Creo que es un don, más que una capacidad nuestra o fruto del esfuerzo. Y en ese sentido, perdonar, más que algo que hacemos para el otro, puede entenderse primero desde nuestra conversión primera en el bautismo.
El Espíritu Santo, don vivificador en cada persona, es la fuerza determinante y guía en nuestra actividad misionera como Iglesia.
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