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Comentario de la liturgia

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domingo 22 de marzo

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por Patricia Hevia

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Evangelio: San Juan 9, 1.6-9.13-17.34-38

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En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Entonces, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: <<Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)>>. Él fue , se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: <<¿No es ese el que se sentaba a pedir?>>. Unos decían: <<El mismo>>. Otros decían: <<No es él, pero se le parece>>. Él respondía: <<Soy yo>>. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contetsó: <<Me puso barro en los ojos, me lavé y veo>>. Algunos de los fariseos comentaban:<<Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado>>. Otros replicaban: <<¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?>>. Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: <<Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?>>. Él les contetsó: <<Que es un profeta>>. Le replicaron: <<Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?>>. Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: <<¿Crees tú en el Hijo del hombre?>>. Él contestó: <<¿Y quién es, Señor, para que crea en él?. Jesús le dijo: <<Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es>>. Él dijo: <<Creo, Señor>>.. Y se postró ante Él.

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Alcanzados por la luz

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A lo largo de la Cuaresma, los catecúmenos recibían las últimas enseñanzas antes de recibir el bautismo en la noche de Pascua. Durante los Domingos escuchaban distintos evangelios que de algún modo condensaban lo que ellos iban a vivir en la Gran Noche. Una de estas enseñanzas giraba en torno a la Luz, y paradójicamente un ciego era propuesto cómo modelo de lo que ocurre cuando se es alcanzado por la Luz.

Necesitamos ser alcanzados por la luz para aprender a mirar, para aprender a contemplar la realidad, las personas, las cosas y amarlas por lo que son. En un juego de imágenes y significados, el evangelista Juan nos dice que Jesús invita al ciego a sumergirse en la piscina de Siloé, que significa “el enviado”. Como aquel ciego, al que Jesús sí vio, necesitamos sumergirnos en la experiencia de una ternura y de una compasión que nos reconoce, que toca con amor nuestras partes heridas y ciegas, y que en ese tocar nos cura.

Y una vez curados, rendirnos a este Amor que nos sale al encuentro, rendirnos a Jesús-Luz del mundo, que enciende nuestra Luz y nos envía a mirar de nuevo la vida, de modo que cada realidad, cada persona, cada cosa, cada ser vivo pueda sumergirse en ese torrente de Luz, Ternura y Compasión.

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El manantial

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Este deseo, esta necesidad
de retornar mil veces
a donde está la luz.
No a donde estuvo y se apagó muy pronto,
sino al lugar radiante del que siempre
sigue y sigue manando.
Respirarla, beberla
cuando a ese sitio nuestros pasos vuelven,
es completar la vida, lo que entonces
apenas fue o no vimos
que en nuestro transcurrir se demora.
Regresar a ese limpio manantial:
cuánta misericordia inagotable.
Ningún daño se encuentra allí al acecho;
allí el amor no se termina nunca.

Eloy Sánchez Rosillo

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