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Comentario de la liturgia

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domingo 22 de enero

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por Alejandra de la Riva

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Hola, soy Alejandra, nacida en Bolivia, y radico en España desde hace 11 años. Soy médico del deporte de profesión, y apasionada por la espiritualidad del Corazón de Jesús. Ahora me encuentro haciendo el Noviciado (primera etapa de formación en vida religiosa) en Chicago, Estados Unidos; es una experiencia de mucha hondura tanto a nivel espiritual como personal. También es un tiempo donde hacemos experiencia de la internacionalidad-interculturalidad que es parte de nuestro carisma (ahora mismo somos 5 novicias de 4 países distintos) y recibimos formación que nos ayuda a cultivar nuestra vida interior y aprender a vivir de un modo más holístico e integrado 

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Evangelio: San Mateo 4, 12-23

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Al enterarse de que Juan había sido arrestado, Jesús se retiró a Galilea, salió de Nazaret y se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí. 
  Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: 
  Territorio de Zabulón 
   y territorio de Neftalí, 
   camino del mar, 
   al otro lado del Jordán, 
   Galilea de los paganos. 
  El pueblo que vivía en tinieblas 
   vio una luz intensa, 
   a los que vivían en sombras de muerte 
   les amaneció la luz. 
  Desde entonces comenzó Jesús a proclamar: 
  —¡Arrepentíos que está cerca el reinado de Dios! 
 
  Mientras caminaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos –Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano– que estaban echando una red al lago, pues eran pescadores. 
  Les dijo: 
  —Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. 
  De inmediato dejando las redes le siguieron. 
  Un trecho más adelante vio a otros dos hermanos –Santiago de Zebedeo y Juan, su hermano– en la barca con su padre Zebedeo, arreglando las redes. Los llamó, y ellos inmediatamente, dejando la barca y a su padre, le siguieron. 
 
  Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y sanando entre el pueblo toda clase de enfermedades y dolencias. 

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Este pasaje de Mateo, aparentemente extenso, se me vuelve corto cuando percibo que contiene algo así como el ‘compendio’ de lo que Jesús concibió como su misión: entendió que Dios lo envió no solo para el pueblo de Israel, sino que su misión trascendía los límites sociales, culturales, políticos, raciales… Confió en que Dios le llamaba a esa “Galilea de los paganos”, a esos que creemos no merecedores o dignos de Dios; intuyó su misión con otros y llamó por su nombre a Simón Pedro, Andrés, Santiago, Juan… y a muchos más hasta el día de hoy, cuando también pronuncia nuestros nombres para que la promesa de Dios tenga cumplimiento, para que les amanezca la luz a los que viven en sombras de muerte.   

Pero, lo que realmente conmueve, es que todo esto no sucede casualmente, sino después del encarcelamiento de su primo Juan. Jesús, en su humanidad, experimentó lo que la injusticia despierta: profundo dolor, rabia, incomprensión, impotencia… y es justamente aquí donde necesitamos mantener los ojos fijos en Jesús, pues en estos sentimientos, en esa aparente ‘lejanía’, es donde él halla la fuerza para comenzar a proclamar lo que Dios le va comunicando, que “el reino de Dios está cerca”. Antes que lamentarse, deprimirse, renegar o salir huyendo, Jesús encuentra precisamente en estas vivencias la urgencia de que la palabra de Dios sea escuchada y cumplida: ‘y, así, recorría enseñando… proclamando… y sanando’.  

La invitación de Jesús hoy es a que conectemos con nuestros sentimientos, con lo que sucede dentro de nosotros en este preciso momento: ¿tristeza? ¿dolor? ¿rabia? ¿impotencia? ¿frustración? ¿desánimo? ¿desesperanza? ¿incomprensión?… porque también ellos contienen semillas de la Palabra de Dios para nuestra vida, y, paradójicamente, pueden ser luz, sanación y alivio, para muchas dolencias y males. 

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